miércoles, 18 de noviembre de 2020

Buenas noches y buena suerte (Despedida y cierre),

 Hacerse mayor es mucho más que unas arrugas, unas canas y flacidez. Es un proceso doloroso en el que vas cerrando etapas poco a poco dejando atrás muchas cosas, buenas y malas, que esas etapas trajeron a tu vida y a tu cabeza. 

Quiero creer, en estos tiempos inciertos que nos dominan, que cosas buenas seguirán llegando con un poco de paciencia y de resilencia (ese término que tanto gusta en el Marketing empresarial y en el Coaching). Resilencia es tu capacidad de adaptarte y superar situaciones traumáticas. Y, ¿hay algo más traumático que la vida en general? Pierdes constantemente algo. Un estatus. Una pareja. Un amigo. Una parte de ti. Vivir se trata de eso, de saber dejar atrás. 

Comencé este blog hace casi 15 años. Era mental y emocionalmente una niña que un día vio en Carrie Bradshaw un reflejo de ella misma. Escribí, muchas veces, para desahogarme y lo convertí en una especie de diario público en el que quería que hubiese gente que se pudiera reflejar; o tal vez buscaba alguien que me leyese/escuchase todas esas cosas que desde que era una niña no era capaz de expresar en voz alta. Escribí, algunas otras veces, para hacer reír a la gente. Hacer reír a alguien es algo que me hace inmensamente feliz. Y sí, un poco como Carrie todo giró en torno a mí. 

He vuelto a ver Sexo en Nueva York en las últimas semanas e, igual que con los libros, las cosas se ven diferentes con los años. Ya no me siento identificada para nada con Carrie porque me parece una ególatra incapaz de escuchar a sus amigas, que hace que todas las conversaciones giren en torno a ella. Es esa típica amiga que cuando le cuentas algo enseguida dice "pues yo...". Me avergüenza pensar que yo haya podido ser esa clase de amiga; aunque reconozco que es posible que en alguna etapa lo haya sido. Los problemas nos sobrecogen en muchas ocasiones, y si son sentimentales todavía más. Se escapa a nuestra intelequia cómo el amor se puede acabar o cómo el amor puede no surgir. Somos como Carrie, ególatras pendientes de nuestros ombligos incapaces de ponernos en los "zapatos de otra persona", ni mucho menos ser capaces de respetar una decisión que no somos capaces de comprender. 

Duele crecer. No es fácil asumir tus equivocaciones y no castigarte por ello. No es fácil pensar en que habrá cosas y, lo que es peor, personas que se queden por el camino. Es tan bonito pensar que envejecerás junto a una pareja, junto a tus amigos y que todos compartiréis tantas cosas, que no estamos preparados para el cambio o para la pérdida. Aún así, queremos que a nosotros nos escuchen, que nos respeten y nos dejen el espacio que necesitamos sin preguntar demasiado. Pero la vida no es así. La vida no es aséptica y ni mucho menos lo son los sentimientos. Amas. Sientes. Dueles. Y no sabemos por qué amamos (aunque creamos que lo hacemos) ni por qué dejamos de amar. No sabemos por qué sentimos lo que sentimos, y, desde luego, no sabemos por qué nos duele tanto. Somos humanos. Eso es todo. 

De todo lo que he vivido, este es sin duda, el tiempo más convulso. Es, también sin duda, la vez que más me está costando mantener la fe en el ser humano. Somos mezquinos, egoístas, ombliguistas e ignorantes y no nos avergonzamos de ello. Es más, nos creemos mucho mejores que el resto de la gente y nos vemos en la necesidad de imponer nuestra opinión por doquier en todas partes (yo misma he pecado de esto último escudándome en que es una labor docente lo que hago y en mi indignación). Yo no quiero eso en lo que escribo. 

Aunque veo que la gente cada vez lee peor y menos, probablemente también, sigo creyendo en dos cosas: Creo en la Educación y su papel vital para redimir a esta sociedad insana y creo en el poder de la palabra escrita y de la literatura. Ambas van de la mano y ambas tienen un papel principal para formar a individuos libre pensadores de verdad. Y digo de verdad porque hoy en día se utiliza el término librepensador para algo que yo simplemente llamo "contreras". Es como volver a la adolescencia cuando si escuchabas música muy "mainstream" no podías ser una persona muy culta y al día. "No escuches lo que escuchan las masas". Tuve una profesora de arte maravillosa en el instituto que nos contaba como los culturetas paseaban por Santiago con el último libro del último autor de moda bajo el brazo, dejando que se viera bien el título. Lo llamaba "cultura de sobaco", y aunque han pasado más de 20 años, a mí se me quedó grabado. 

A esas dos cosas en las que creo es a las que me voy a dedicar. Ya no creo que nadie quiera leer mi opinión sobre algo y tampoco tengo necesidad de darla en público (salvo alguna rabieta en Facebook que estoy intentando aprender a controlar). He pasado de etapa y ya no tengo mucho que decir, pero sí mucho que contar. Contar historias es algo absolutamente maravilloso que casi nunca he tenido el coraje de hacer. Quizá sea el miedo a desprenderse de la realidad y de lo conocido. Adentrarse en territorio desconocido es algo que, contrariamente a lo que se crea, es más fácil hacer cuando uno peina canas (al menos en el territorio semi-desconocido de tu mente). De momento leo. Leo mucho más de lo que lo he hecho en años. La lectura va de la mano de la escritura. Siempre les digo a mis alumnos que leer es el gimnasio de la mente. 

Así que hoy, 15 años, 125 entradas y 25000 visualizaciones después, doy por finalizada esta etapa y este blog que tan buenos momentos y tanto consuelo me ha dado. Yo ya no soy Carrie (me veo más como una mezcla entre Samantha y Miranda); yo no quiero un amor tortuoso y complicado como el de Big (prefiero el amor acomodado que tienen en la segunda película); yo no quiero escribir una columna que hable ni de sexo ni de amor. Al fin y al cabo, ¿por qué he de saber yo más de eso que cualquiera de vosotros? Es presuntuoso creerlo así, y yo ya peino canas (muy pocas aún) para ser presuntuosa. 

Hay muchas cosas tanto en Sexo en Nueva York como en este blog con las que sigo estando 100% de acuerdo: la mejor relación que vas a tener nunca es contigo misma y serás muy afortunada si lo compartes con tus amigos, familia y ese alguien especial que tú decidas (pero, por favor, que sea especial de verdad). Besis a todos, queridos y 25000 gracias por haberme leído a lo largo de estos años. 

P.D. Si alguien está interesado en alguna opinión mía (que puede ser...no soy presuntuosa pero vaya, que no uso el cerebro mal) puede invitarme a unas cervezas en cuanto abran nuestros queridos bares (Cerveza, no Cosmopolitan. Ni eso tengo en común con Carrie). 

lunes, 2 de septiembre de 2019

El mundo es de los valientes

Llevaba un par de horas pensando en escribir algo sobre cuánta razón tiene mi padre cuando me dice que, igual que él, controlo demasiado mis cabreos hasta que se me van de las manos del todo. Además, ambos tenemos la mala costumbre de creer que porque lo has rumiado durante mucho tiempo has podido encontrar todos los argumentos posibles para tener razón. No somos bombas de palenque; cuando estallamos es bomba nuclear y sólo hay caos y destrucción que disfrazamos de aparente tranquilidad. Pero eso lo dejo para otro momento (puede que para nunca), porque hay otra historia en la que mi padre tiene razón.
Miré el reloj y vi la fecha. Una fecha que escribí y consulté varias veces en este lunes de mierda. Pero absorta en mis mierdas y miserias (aunque no he tenido tiempo a tener síndrome postvacacional, porque no he tenido vacaciones reales) no pensé en el día que era.
Hoy hace 22 años que me fui a vivir sola a un país extranjero, en una época en la que no había ni teléfonos móviles, ni Internet a nivel usuario de a pie, ni por supuesto Skype ni redes sociales. Me subí a dos aviones con una maleta enorme y una sonrisa de oreja a oreja que no duró mucho. En el segundo avión pensé que, lo que había creído una decisión valiente y aventurera, era, en realidad, una locura. Estaba loca por irme a otro país, de habla diferente a la mía, completamente sola y casi incomunicada (a los más jóvenes os parecerá que estaba incomunicada por completo).
Escribía. Escribía mucho. Era mi consuelo y mi desahogo. Escribía a mi familia, a mis amigos y a mí misma. Lloré muchísimo en las primeras semanas, pero me empeñé en creer que las cosas iban a mejorar; que de ahí saldría más fuerte y mejor. Pero flaqueaba.
En uno de esos "flaqueos" me llegó una carta de mi padre en la que me decía lo orgulloso que estaba de mí, y me animaba a seguir con todos mis sueños. Y me lo dijo así: "No tengas miedo, mi niña. El miedo es un sentimiento que pertenece a los mayores e, inconscientemente, os lo transmitimos a los jóvenes. No tengas miedo. El mundo es de los valientes."
El otro día hablando con él me volvió a recordar esto, aunque con otras palabras; pero yo, que soy una idiota, de la misma manera que hoy no supe darme cuenta de qué fecha era, aparqué ese pensamiento en alguna parte del cerebro para dejar paso al drama y a mi bomba de relojería.
Menos mal que hoy, por algún extraño motivo, respiré y miré el reloj y me acordé de eso: "El mundo es de los valientes", y todo tuvo sentido.

martes, 16 de julio de 2019

Vivimos en una sociedad enferma

El otro día me fui de cañas con mi madre y acabamos hablando de lo divino y lo humano. Y en un determinado momento mi madre me dice "vivimos en una sociedad enferma", cosa a la que simplemente asentí y no profundizamos muchísimo más, no vaya a ser que nos creyésemos Chomsky y Foucault en los 70.
No fue hasta hoy que le di una vuelta más a ese pensamiento. Están circulando por las redes sociales y los medios de comunicación la agresión a unas chicas por parte de un hombre, visiblemente mayor que ellas, en un bar de mi ciudad. Las imágenes, por si no las habéis visto, son brutales. Lo que empieza con un sonoro bofetón por parte de él a una de ellas que lo estaba increpando verbalmente, termina en puñetazos, patadas, tirones de pelos y más bofetones a un total de, creo, tres chicas. Una de ellas acaba sangrando por la nariz y supongo que hay más pruebas visibles de lo que este tipo hizo que no se ven en el video.
Hasta aquí todos podemos pensar que anormales los hay en todas partes. Pues parece ser que hay muchos más de los que creemos.
Lo segundo que me dejó atónita ayer al ver el vídeo fue la pasividad de un chaval que, ante tal demostración de violencia, no dejaba de fumar un pitillo apoyado en un coche a dos metros de donde una chica había sido tirada al suelo y estaba enganchada por los pelos por el (llamémoslo así a partir de ahora) gañán 1. Ahí. Como quien oye llover.
No contentos con eso, hoy descubro que el vídeo y, por ende, la noticia, salta a los medios nacionales y que está corriendo como la pólvora. Es aquí donde entran gañanes del 1-1000 (de todos los géneros; no se me vayan a ofender, que esto no es una oda al feminismo. O al menos hoy no). "Las chicas lo estaban increpando", "eso pasa cuando juntas a 4 borrachos", "estaban invadiendo el espacio vital del hombre", etc etc. Si, etc, etc es real.
¿Estamos todos locos? ¿De verdad que una agresión es justificable en algún contexto? ¿De verdad que si yo le llamo a un tipo "gañán" (que se lo hubiese llamado para empezar) me merezco que me dé un puñetazo? Y digo yo como podía decir cualquier otra persona. ¿De verdad que hay una razón de ser en todo esto?
"Nos falta contexto", dicen algunos. No, chico, no. No me hace falta saber nada más. No me hace falta saber si lo llamaron feo, gordo, gañán o le dijeron "no te toco ni con un puntero láser" (Repito: yo se lo hubiera dicho). No me hace falta saber si 4 veinteañeras de poco más de metro y medio se rieron de él en su cara durante tres horas. No. No necesito saber nada más. He visto lo suficiente de él y del resto de la gente que lo presenció sin mover un dedo, ni siquiera para llamar a la policía.
Y así, volví a la reflexión de mi madre del otro día: vivimos en una sociedad enferma.
Vivimos en una sociedad en la que todos nos creemos importantes, y por ello, creemos que nuestra opinión puede y debe prevalecer por encima de los demás. Hablamos mucho y escuchamos poco. Nos quejamos por absolutamente todo pero no hacemos absolutamente nada. Pensamos (algunos) pero no reflexionamos. Nos creemos mejores que nuestros vecinos, que los animales, que la naturaleza, que gente que sí que sabe ("Tú qué vas a saber" es una frase muy socorrida hoy en día). Somos una sociedad de cuñados que sólo buscamos el opio para el pueblo venga en la forma que venga. Somos una sociedad en la que la gente muere por tener el mejor selfie; que contraen enfermedades por bañarse en aguas tóxicas (pero, ¡qué mona la foto del Instagram, chica!); que piensa que una adolescente se merece que la violen por ir borracha.
Sí, somos una sociedad enferma en la que parece que solo valen los likes y no los "me gustas", en la que para conocer a alguien más te vale tener una app en vez de ir a un bar (está mejor visto; o no...). Somos una sociedad que no sale a la calle para defender la educación o la sanidad, pero si sale por alguna chorrada que no va a tener ninguna consecuencia en su vida (inserten aquí el motivo que quieran que yo tampoco estoy por ofender a todo el mundo hoy). Somos una sociedad de niños que no respetan a sus profesores porque sus padres no respetan a los profesores (¡Qué bien viven los profes que aguantan a tus hijos 8 horas diarias, 9 meses al año, y que se pasan mucho más tiempo todavía pensando y preparando lo que les van a enseñar, eh!).
Somos una sociedad enferma que compramos de todo y no entendemos el valor de nada.
Y sí, somos una sociedad en la que leer sigue estando infravalorado, pero fijaos que en un 80% de esos comentarios que dan vergüenza ajena de gente justificando estas acciones, hay faltas de ortografía. Muchas. Y yo que queréis que os diga, pero me hace pensar que la educación que uno recibe y de la que decide empaparse más adelante tiene mucho que ver en todo esto.
Pero también os digo, por muy respetuosa que sea con las opiniones ajenas, hay cosas que NUNCA son justificables y que salir a defenderlo está bien.
Esta sociedad necesita rehabilitación. Yo sé dónde se hace eso, pero ¿lo sabes tú? Reflexiona, que es ahí donde empieza tu educación.

domingo, 7 de julio de 2019

Que te quieran bonito

Más tarde o más temprano en tu vida tomas consciencia de la futilidad de la vida, pero a diferencia de lo que nos planteamos cuando somos más jóvenes, el carpe diem y el "muere joven y deja un hermoso cadáver" ya no son respuestas válidas (bueno, habrá gente para la que sí). Se trata de un momento de casi clarividencia en el que sabes que tienes que parar y hacer una reflexión muy profunda del pasado, el presente y el futuro; y no, no puedes evitar ninguno de ellos. Y ahora que lo pienso, puede ser que Dickens estuviese pasando una crisis de la mediana edad cuando escribió el Cuento de Navidad.
El pasado no lo puedes cambiar. Es un hecho. Pero para entender a la persona que eres ahora y moldear a la que quieres ser en el futuro tienes que comprenderlo y aceptarlo. Y no es una tarea fácil. Aunque siempre he sido defensora de no arrepentirme de nada de lo que haya hecho, hay momentos en los que pienso cómo habría sido mi vida si hubiese tomado otras decisiones y hecho otras elecciones. El otro día, alguien que me quiere mucho me dijo que era una pena que yo hubiese decidido no ser madre porque habría sido una magnífica. Yo quería ser madre joven y quería tener tres hijos durante toda mi veintena, así que le respondí: "Yo no lo decidí. Simplemente no pasó. Pero no me siento incompleta, ni siento que fuera mi misión en la vida. Y si lo pienso sé que fue mejor así porque no habría sido con una persona con la que hubiese podido lidiar el resto de mi vida." ¿Y si hubiese elegido otras personas? ¿Y si hubiese sabido cortar a tiempo con lo que no iba a ninguna parte? Y si... Y si...
Y llegamos al presente y dejas el "y si..." y te centras en el "¿Por qué?". ¿Por qué escojo lo que escojo? ¿Por qué decido lo que decido? En los últimos meses he llegado a una conclusión dolorosa con respecto a mí misma: "No sé lidiar con mis emociones." No sé manejar el estrés. No sé encajar las críticas sin hacerme daño. No estoy segura de lo que siento ni de por qué lo siento, y me acongoja. Pero sí que estoy segura de una cosa con respecto a mis sentimientos: quiero bonito. Quiero de una manera limpia y sin dobleces. Quiero sin letra pequeña. Quiero sin acuerdos ni condiciones. Quiero de una manera casi desinteresada. Y digo casi porque yo también quiero que me quieran bonito.
Y pensaréis ¿quién no? Pues hay gente que no está preparada para que los quieran bonito, porque para eso tienes que estar seguro de que es el amor que te mereces y el que estás dispuesto a dar.
Soy una cursi. Una tía lógica que se ha liado la manta a la cabeza mucho más de una vez por amor, y que además, cree firmemente que lo volvería a hacer una y mil veces por todas esas veces que he sentido que me querían bonito, durase más o durase menos.
Por eso, si os aprecio u os quiero de alguna manera os deseo eso: que os quieran bonito. Deseo que os sonrían con los ojos. Deseo que os hagan reír hasta que os duela la barriga porque sí (porque no hay motivo mejor). Deseo que os den el abrazo que necesitáis cuando lo necesitáis. Deseo que vean todo lo bueno y lo malo que tenéis y, aún así, os sigan queriendo bonito.
¿Y el futuro? El futuro depende de lo muy bonito que te quieras a ti mismo.

martes, 16 de abril de 2019

No me avergüenzo

La primera vez que fui a París fue después de una pérdida muy dolorosa en mi vida. Solo quería pasear y deshacerme del dolor que las semanas previas me habían causado. Quería limpiar y quedarme con lo bueno, y París me pareció el sitio perfecto.
Mi madre quiso unirse y me pareció lo más lógico ya que las dos, de una forma muy diferente, compartíamos ese dolor. Así que ese viaje para limpiar la pena, se convirtió en un viaje en el que cuatro mujeres locas, de distintas edades, pero con mucho en común, compartieron cuatro días paseando por París.
Recuerdo la primera vez que vi Notre-Dame y como casi sufrí un síndrome de Stendhal al ver la belleza de sus vidrieras; y cómo al salir de visitarla empezó a nevar en la orilla del Sena, y las cuatro nos miramos como locas pensando que estábamos en una película. Y estábamos en paz.
La segunda vez que visité París fue por un motivo muy distinto, y a la vez muy parecido. Paseé sola durante dos días y, otra vez, me invadió una paz enorme al ver las inmensas rosettas de la catedral, que dotan al ambiente de una luz que en pocos sitios puedes encontrar.
Nuestra vida está hecha a base de recuerdos, y unidos a esos recuerdos están sentimientos que tú no has escogido, sino que te han escogido ellos a ti. Es como el amor. Dice Jorge Drexler que "uno no elige de quien se enamora, y tampoco elige qué cosas a uno lo hieren...".

Lloré el día que se murió George Harrison; lloré el día que se murió Benedetti y lloré el día que se murió David Bowie. Y no me avergüenzo. Forman parte de mi vida y de lo que soy, y en algún momento me han emocionado, me han hecho sentir algo que necesitaba o algo que yo no sabía que estaba allí. Eso te une a ellos y te hace sentir algún tipo de afinidad que no se puede explicar.

Tardé mucho en leer a Vargas Llosa por culpa de sus afinidades políticas y porque como persona me parece un auténtico gilipollas. ¡Ah, pero cómo escribe el tamaño gilipollas! Así que me alegré de que le diesen el Nobel porque me parece más que merecido. Pero no lloraré el día que se muera.

No me avergüenza ligar mi vida al arte, y hacerlo de tal manera que sienta estas pérdidas como grandes en mi vida. De la misma forma que no me avergüenza decir que tengo un vínculo afectivo con mis gatos mayor que el que tengo por mucha gente con la que comparto ADN, y que el día que no estén lloraré su pérdida desconsoladamente.

Y no me avergüenza porque sentir esto no es incompatible con ser una persona comprometida; con que haga cada día por reciclar mejor; con que les riña a mis amigos si se piden una copa y cogen una pajita; con llevar una bolsa de tela en el bolso; con llorar las muertes en el Mediterráneo; con llorar al ver cómo destruyen templos maravillosos en Afghanistan y que todo el mundo diga que son daños colaterales y necesarios.

Lloraré el día que se muera Paul McCartney y lloraré el día que se muera Bob Dylan; lloraré si se quema el Thyssen y si se cae el Ha'Penny Bridge (aunque ya estuve cerca del infarto cuando no encontré la estatua de Molly Malone). Y es que no escogemos por lo que llorar. Uno simplemente llora.

Así que pensad que para muchos, Notre-Dame es mucho más que una foto de Instagram y Notre-Dame es mucho más que un símbolo del cristianismo. Para muchos lo que arde es arte; y para muchos lo que arde es un recuerdo.

martes, 22 de enero de 2019

Romances pasados


Todavía hoy me pregunto si algunos de ellos me quisieron o simplemente me desearon. No me cabe duda de que no piensan mal de mí, pero no soy capaz de ver más allá de eso.  ¿He sido la mujer que casualmente apareció en el momento adecuado o, por el contrario, vieron algo más que no fueron capaces de hacerme ver o que yo no supe entender?

Aunque casi ninguno de ellos ha desaparecido totalmente de mi vida, fueron ellos los que decidieron desvanecerse en algún momento, aunque fui yo la que decidió no dejarlos volver mucho más lejos de alguna noche de copas y cama, en algún caso, y en otros casos de una cordialidad no fingida, al menos por mi parte.

A pesar de mi proclamado mal gusto para los hombres, desde una serenidad que los años y la convalecencia solo pueden otorgar, creo poder decir que, salvo contadas ocasiones, no he salido tan mal parada y que me he encontrado a buenas personas por el camino. Tal vez no fuera el momento adecuado, o tal vez no fuéramos las personas adecuadas los unos para los otros; pero lo único que he sentido dañado en los momentos en los que esas personas han caminado en otra dirección ha sido mi ego.

Ese ego que nos hace creernos tan especiales, tan únicos, nos impide ver lo que realmente somos, lo que realmente necesitamos y lo que realmente queremos; y por supuesto, si no podemos ver más allá de nosotros mismos, ¿cómo lo vamos a hacer más allá de otras personas?

Y nuestro ego, alimentado por los que nos quieren, crece a golpe de no te merece, no sabe lo que se pierde, “¿Cómo va a pasar de alguien como tú? o es un imbécil; cuando deberíamos estarnos preguntando otras cosas: “¿Eras de verdad lo que yo quería?, “¿Eras de verdad lo que yo necesitaba?, “¿Realmente nos podríamos haber hecho felices el uno al otro?.

Nos regodeamos en las miserias de nuestro ego herido y nos convertimos en espíritus oscuros llenos de rencor y miedo a pasar tiempo solos. Y es nuestro ego el que nos hace pensar que por qué si todo el mundo tiene pareja tú no. No se nos ocurre pensar que esas parejas puede que ni siquiera sean felices; que puede que no sean buenos el uno para el otro; que puede que solo estén juntos por no ver la tele solos o para compartir gastos de una casa que no es un hogar.

Y cuanta ironía hay en creerte tan especial y único y, aún así, querer lo mismo que todos los demás

Aunque no sepa si me han querido o deseado, sí que sé lo que yo he querido y lo más importante, cómo. Aunque no hayan parecido adecuados; aunque hayan alimentado la creencia propia y ajena de que tengo mal gusto para los hombres; aunque no haya durado y aunque ahora vea la televisión sola, he querido de una manera carente de ego, no solo viendo a la persona que tenía enfrente, sino también viendo la persona que me hacían ser. He querido con la certeza de saber que no eran una necesidad en mi vida, sino una elección (mejor o peor, a gusto del lector) mutua, y que duraría siempre que ambos lo viésemos así.

No voy a mentir; en esas relaciones algo más que mi ego salió malparado pero es un precio que estuve dispuesta a pagar.

sábado, 5 de enero de 2019

Un cuarto propio

Mi madre, que es la persona que probablemente mejor me conoce y con la que más me gusta hablar, lleva años guiando mis lecturas y mucho más que eso. Aunque puede que en mi adolescencia haya pensado que era algo dura y exigente conmigo, en mi edad adulta todo ha cobrado sentido.
A pesar de que es cierto que soy independiente de nacimiento, ella ha potenciado que sea autónoma y que piense por mi misma, pero también me ha enseñado a buscar el equilibrio entre lo que pienso y lo que siento. Aunque eso es otra historia...
Ayer puso en mis manos un libro de Virginia Woolf, y lo que en un principio creí que era una elección un poco aleatoria por su parte (ilusa de mi; mi madre no hace muchas cosas aleatoriamente) resultó ser una guía más hacia la persona que lleva años formando y en la que poco a poco me he convertido o me estoy convirtiendo.
Todos los años por estas fechas escribo sobre el vestido de la Pedroche. Normalmente, diría algo en defensa de su chonismo y cómo me parece bien que se vista como le dé la gana, que haga dinero con eso y le dé en toda la cara a todos aquellos que se dedican a insultarla por su cuerpo. Pero este año no. Dejando a un lado la pobre elección de vestido, que ni siquiera ha sido original (Cualquiera que haya nacido antes de los 90 puede recordar a Laetitia Casta en ese YSL en las portadas de todas las revistas de moda), lo que realmente me enervó este año es que haya elegido tamaño estilismo para erigirse en defensora del cambio climático, del feminismo y de cualquier otra cosa que se le pasó por la cabeza.
Así no, Cris; así no. Siempre defenderé que te sientas orgullosa de la choni poligonera que llevas dentro, que te vistas o te desvistas como quieras y que te sientas muy orgullosa de tu cuerpo y, si te dan dinero por mostrarlo, que lo cojas y te relajes en las Maldivas con el choni de tu marido, pero que te nombres de alguna manera defensora del feminismo y del cambio climático pues va a ser que no.
Insultas la inteligencia y esfuerzo de mujeres y niñas que, a lo largo de muchos años, han luchado y siguen haciéndolo por un mundo mejor. Y aquí van algunos ejemplos:

Emmeline Pankhurst Goulden) fue una activista política británica y líder del movimiento sufragista, el cual ayudó a las mujeres a ganar el derecho a votar en Gran Bretaña. Fundó en 1903 la Unión Social y Política de las Mujeres (Women's Social and Political Union o WSPU) afín al Partido Laborista independiente. Sus integrantes fueron conocidas con el nombre de suffragettes, defendían el uso de tácticas violentas como el sabotaje, el incendio de comercios y establecimientos públicos o las agresiones a los domicilios privados de destacados miembros del Gobierno y del Parlamento. 
En 1999 la revista Time nombró a Pankhurst como una de las 100 personas más importantes del siglo XX, afirmando: "ella moldeó una idea de mujeres para nuestra época; impulsó a la sociedad hacia una nueva estructura de la cual ya no podía haber vuelta atrás."​  Su trabajo es reconocido como un elemento crucial para lograr obtener el sufragio femenino en Gran Bretaña. (Wikipedia)

Anna Eleanor Roosevelt  fue una escritora y política estadounidense. Fue primera dama y esposa del presidente de los Estados Unidos Franklin Delano Roosevelt. Presidió la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas entre 1947 y 1951 y fue delegada en la Asamblea General de las Naciones Unidas entre 1946 y 1952. Está considerada como una de las líderes que más ha influido en el siglo XX. (Wikipedia).

Simone de Beauvoir  fue una escritora, profesora y filósofa francesa feminista. Fue una luchadora por la igualdad de derechos de la mujer y por la despenalización del aborto y de las relaciones sexuales. Escribió novelas, ensayos, biografías y monográficos sobre temas políticos, sociales y filosóficos. Su pensamiento se enmarca en la corriente filosófica del existencialismo  y su obra El segundo sexo, se considera fundamental en la historia del feminismo. (Wikipedia)

Greta Thunberg una joven sueca de 15 años lucha cada viernes contra el cambio climático.
Ha inspirado un movimiento mundial para pedir que se cumplan los objetivos medioambientales. Los viernes falta a clase y se sienta frente al Parlamento sueco para pedir que se cumpla el Acuerdo de París. (En Suecia, ir a la escuela es obligatorio. Por lo tanto, Greta Thunberg, de 15 años, está violando la ley.)

¿Y a qué venía Virginia Woolf aquí? Una vez le pidieron que diese una conferencia sobre la mujer y la novela y eso llevó a un alegato feminista en el que se enmarca su icónica frase: "Para escribir novelas, una mujer debe de tener dinero y un cuarto propio". Cris, reflexiona, si puedes, sobre lo que esta frase escrita hace casi 100 años significa. 
Me parece correcto que la gente se vista cómo le dé la real gana; me parece correcto que la gente se depile o no; pero hay que tener dos dedos de frente; hay que cultivarse primero para saber escoger las batallas que hay que pelear realmente. Porque a mí personalmente me importa una mierda que el término inclusivo de la lengua española sea el masculino (palabra de filóloga hispánica); me importa una mierda si el muñegote de los semáforos es un hombre (personalmente creo, como mujer que lleva pantalones, más insultante que me representen únicamente con una falda); pero no quiero ni que un hombre ni una mujer insulte mi inteligencia y/o cultura llamándome a batallas estúpidas o, como el caso de Cris, erigiéndose como defensora de causas serias de las que realmente no tiene ni puta idea. 

Como siempre digo: lean y viajen. Es la clave para ser un mejor ser humano. 

"Si no dices la verdad sobre ti mismo, no puedes contarla sobre otras personas." Virginia Woolf