jueves, 15 de noviembre de 2007

"Ser natural es la más difícil de todas las poses"

No puedo estar más de acuerdo con mi querido Oscar Wilde. Oscar Wilde era, sin lugar a dudas, uno de los mejores observadores y comentadores de sociedad. Hay otros pertenecientes a la misma especie como Henry James o Truman Capote, pero siento especial cariño y admiración por el irlandés. Pero volviendo a la frase que da título a esta entrada, recuerdo una vez en la que, años antes de leer una cita tan maravillosa como esta, escribí: "Es muy difícil ser natural sin ser absolutamente vulgar". Y es tan fácil para algunos confundir la naturalidad con la vulgaridad... "Sólo estoy siendo sincera. Te estoy diciendo lo que pienso". ¡De los hombres y mujeres sinceros líbrenos Dios! Y es que hay gente que sufre de una incontrolable diarrea verbal, que en muchas ocasiones va acompañada de la consecuente diarrea mental. Nunca me ha gustado ese tipo de gente. Los encuentro especialmente vulgares.

La honestidad es una virtud que hay que dosificar, ya que en grandes dosis puede ser venenosa. Hay dos posibles antídotos contra ella. Por un lado tenemos la indiferencia. Hay gente que tiene la suerte ( o la desgracia) de nacer con tamaña virtud; pero la mayor parte de la gente tenemos que desarrollar el antídoto a base de envenenarnos unas cuantas veces. Llega un momento que, con suerte, te vuelves inmune a determinas especies. El otro antídoto es la sordera.

No soy una gran fan de la sinceridad. A mí eso de "Vaya, ¡cómo has engordado!" no me parece que sea de ayuda a nadie. A mi madre una vez la paró una amiga de mi abuela en la panadería y, sin ningún reparo, le espetó: "¡Cómo has cambiado! ¡Qué gorda estás!". "¡Y tú qué vieja!", le contestó mi madre.

Hace bastantes años en mi casa escuchábamos mucho a Sabina, y había un disco en concreto que a mí me gustaba especialmente. Era el "Mentiras piadosas", y la canción que le daba título era mi favorita. "...esa explicación nadie te la pisió; así que guárdatela. Me pone enferma tanta sinceridad."

Así, hay gente que va por la vida repartiendo opiniones sin que nadie les pregunte. "Yo creo...", "lo que tienes que hacer...", "si yo fuera tú...", "no crees que sería mejor que...". Muchos no lo hacen malintencionadamente, o eso dicen, pero, ¿no es poner un poco en duda nuestra capacidad para tomar decisiones? No digo con eso que no necesitemos a nadie (de eso ya hablé en otra entrada). No me gusta dar mi opinión, y menos gratuitamente. Tengo muy claro, y así se lo dejo saber a quién acude a mí pidiendo consejo, que lo que puede ser bueno para mí no tiene porque serlo para la otra persona. Al final cuando cedo es porque tengo claro que mi opinión no interfiere con las deciones propias de esa persona. Algunos le llaman no mojarse... yo lo llamo respetar a mi prójimo.

En fin...

A mí me costó estar inmunizada, y no estoy segura de estarlo de todo... Soy demasiado sensible. Lo reconozco.

Yo misma a veces también tengo ganas de salir de mi " pose natural" y decirle a algun@ "¿Quieres callarte de una puta vez? ¿Todavía no te has dado cuenta de que tu opinión no le interesa a nadie?", pero soy una buena discípula de Oscar Wilde. He perdido un poco de mordacidad, sí es cierto, pero la batalla no está perdida. Estoy segura que en cuanto empiece a relacionarme un poco más con la curiosa sociedad de mi pequeño gran pueblo, mi sarcasmo volverá a brotar naturalmente. ¡No os impacienteis!

lunes, 24 de septiembre de 2007

Nadie es perfecto

Hay que asumirlo: no somos perfectos; ninguno de nosotros. ¿Por qué nos costará tanto admitirlo? Y por ende, ¿por qué nos cuesta tanto aceptar que los demás tampoco lo son? ¿Por qué nos gustará tener aspiraciones irreales?
Vamos a ver, está bien querer ser astronauta cuando un@ tiene 6 años; pero cuando tienes 26, sigues en casa de tus padres, no trabajas ni estudias, ¿no es una meta a alcanzar un poco estúpida? Hay gente, claro, que persigue esos sueños muy vehementemente desde tan tierna edad. Me imagino que Pedro Duque no se levantó una mañana cuando tenía 24 años y decidió que quería viajar al espacio. Supongo que, más bien, debió de ser de esas criaturitas que con 6 años deciden que quieren ser pilotos de una nave espacial y se mentalizan para ello. A lo largo de los años, imagino que habrá dirigido toda su preparación al cumplimiento de su sueño, cosa que, como todos sabemos, ha conseguido. Pero la inmensa mayoría de los mortales queremos ser astronautas o bailarina de ballet cuando tenemos tan tierna edad, y finalmente acabamos admitiendo nuestras limitaciones al respeto (los que las tenemos, claro) y nos decantamos por algo mucho más terrenal.
¿Por qué, entonces, nos empeñamos en querer aparentar perfectos a los ojos del resto de la gente?¿Por qué no admitir que tenemos limitaciones y que, al fin y al cabo, somos humanos? No lo sé. Sí que es cierto que a veces me sorprendo pensando que la cretinez humana no tiene límite. Y, evidentemente, si nos somos capaces de admitir tales imperfecciones en nosotros mismos, mucho menos las permitiremos en los otros (y no hablo de fantasmas, ni es una mención de honor a Amenábar). Así que así vamos por la vida: intolerantes ante imperfecciones ajenas, y ciegos ante las propias.
Y como no podía ser menos, esta actitud la llevamos a todos los ámbitos de nuestra vida. Exigimos mejoras de trabajo antes de tan siquiera demostrar nuestra valía; queremos matrículas de honor sin asistir a clase. Por eso criticar es nuestro deporte nacional.
¿Cómo funciona esto dentro de la pareja? Pues bien, la mayor parte de los hombres y mujeres llegamos a una relación de pareja con la perfección como única aspiración. Me explico. Pretendemos que todo sea bonito y hermoso "por los siglos de los siglos". No aceptamos que haya ningún tipo de mácula ni exterior ni interior. A mí mi madre, hace mucho tiempo, me dijo una vez: "Si quieres saber si realmente estás enamorada imagínatelo con diarrea y vomitona. Si a pesar de todo puedes sobrevivir al asco y esbozar un "yo te cuido" significa que relamente amas a esa persona". Evidentemente sus palabras no eran tan literales como parecen, y a la vez sí lo eran. Cuando nos adentramos en un relación tenemos un miedo básico que es que descubran nuestras miserias y por ello dejen de amarnos. ¿No os acordais de ese capítulo de Sexo en Nueva York en el que Carrie está en la cama con Big, feliz y relajada y se le escapa un "cuesco"? ¡Qué vergüenza que pasó la pobre! ¿O esa otra ocasión en la que les cuenta a sus amigas que ha ido al "baño" en casa de Big, y ellas le dicen que ese es un paso muy grande? ¿Pero acaso no son cosas naturales y normales? A todo el mundo le pasa, ¿no? ¿Por qué, entonces, le damos tanta importancia? ¿La tiene?
Un amigo mío, que ahora es un hombre casado, me dijo que para él había sido un alivio normalizar su relación. "El romance está bien, nena; es necesario. Pero cuando de verdad sabes que es el hombre- mujer de tu vida es cuando en la habitación huele a "grelo"". (¿Os podeis imaginar a lo que se refiere?).
Hombres-mujeres del mundo, no pretendo romper la magia del romanticismo, pero recordar que tod@s tenemos nuestro momentos: eructamos, nos tiramos pedos después de cenar fabada, nos metemos el dedo en la nariz cuando nadie nos mira, nos rascamos la entrepierna y nos molestan las bragas en la raya del culo.
Somos humanos; y nadie es perfecto (con permiso de Mr Wilder)

miércoles, 19 de septiembre de 2007

Yo no necesito a nadie

Hubo una vez en la que un hombre del que estaba profundamente enamorada me dijo: "Yo no necesito a nadie". En un principio, como es lógico, no me lo tomé nada bien. "¿Qué cojones haré yo aquí a muchos kilómetros de mi casa con un hombre que me está diciendo que no necesita a nadie?". Claro que luego leí entre líneas, cosa que con él tenía que hacer muy a menudo (y no siempre tuve confirmación de que mis segundas lecturas estuviesen bien hechas... lo que las convertía en suposiciones en vez de leer entre líneas). Lo que quiero creer que leí bien entre líneas fue toda una declaración: "Si estoy contigo es porque quiero y por nada más". En aquel momento me emocionó pensar que una persona tan independiente y autosuficiente como él estuviese conmigo; y me sentí afortunada.

¿Pero es eso cierto? ¿Somos realmente afortunadas cuando no nos necesitan?¿Qué clase de relación se puede tener sin que haya una cierta dependencia?

La verdad es que no esperaba que yo fuese a pensar de esta manera nunca. Siempre creí que yo pensaría igual que aquel hombre. Pues bien, sí estoy con alguien porque quiero, pero también porque, ahora, lo necesito. Aún no entiendo muy bien la manera en la que lo hago pero lo hago.

Las relaciones son vinculantes, y los vínculos crean dependencia. Así, ¿cuándo no tenemos dependencia?¿Cuando no establecemos un vínculo real con esa persona? Yo creo que para tener una relación y "ser una pareja" (como diría Antonio Banderas en el anuncio de la tele) hay que establecer esos vínculos que nos hagan depender los unos de los otros. Tú dependes de tu pareja y tu pareja depende de tí.

El problema, en mi opinión, es establecer esos límites de dependencia. Porque hay que tenerlos. Y ahí cada pareja es un mundo. Evidentemente, cualquier cosa llevada al extremo no es buena. Yo creo que no hay vallar los límites de la pareja. Hay que tener amigos tanto en común como individuales. Hay que hacer cosas juntos pero también cosas separados. Está muy bien tener cosas en común, pero a veces es casi mejor tener cosas distintas, cosas que aportar el uno al otro. Hay que irse de vacaciones juntos, pero también pasar días separados para echarse de menos y tener ganas de reencontrarse otra vez. Para mí, hoy por hoy, esa es la justa medida.

Y la realidad es que casi la inmensa mayoría de las mujeres necesitamos algo más. Me explico. Yo, la cínica independiente, la incansable aventurera fascinada por hombres con los que hay que leer entre líneas, he sido conquistada por el hombre que me ha dicho de corazón: "¿Cómo te voy a dejar?¿Qué haría yo sin tí?"; el mismo hombre que me ha hecho responderle: "No, ¿qué haría yo sin tí?". Y es sólo una pregunta retórica. Ambos sabemos que sobreviviríamos el uno sin el otro. Tendríamos siempre cosas que hacer. Pero, ¿qué pasa emocionalmente? ¿No nos quedamos algo huecos? ¿No nos falta algo? ¿Cuánto tardamos en tapar ese hueco?¿Lo tapamos realmente?
Personalmente no creo que lo hagamos. Y la verdad es que tampoco voy a hacerlo. Soy mucho más feliz pensando que no sabemos lo que haríamos el uno sin el otro... Es cursi, lila, irracional y un pensamiento poco práctico. ¿Y a quién le importa? A mi no; y a él tampoco... Y eso, en realidad, es lo único que me importa.

sábado, 1 de septiembre de 2007

Dignidad y orgullo

En las relaciones humanas es muy difícil derimir los límites del orgullo frente a la dignidad. Hay gente que opina que cada uno tendría que saber cuál es su límite. ¿Es eso cierto? ¿Marcamos nosotros mismos el límite de nuestro propio orgullo o de nuestra dignidad? Yo no lo tendría tan claro.

Lo cierto es que si supiesemos hacer esa diferencia, ¿existirían realmente esos dos términos?

El caso más evidente que muestra nuestras dificultades para identificar ambos términos lo encontramos en nuestras relaciones personales, y muy especialmente en nuestras relaciones de pareja. Dicen que tenemos que dejar nuestro orgullo a un lado pero sin dejar de tener dignidad. ¿Quienes son los que dicen eso? ¿Acaso saben ellos lo que es el orgullo y la dignidad?

Orgullo, para que conste, es, según la RAE, "arrogancia, vanidad, exceso de estimación propia, que a veces es disimulable por nacer de causas nobles o virtuosas"; y la dignidad la definen como "gravedad y decoro de las personas en la manera de comportarse".

El problema del orgullo y la dignidad en las relaciones personales es algo que viene de lejos; ¿de dónde? No lo sé. Pero lo que sí sé es que Orgullo y prejuicio fue una obra muy popular en su época. Y es que, a pesar de hablar de familias de alta alcurnia hasta el pueblo llano (como se le llamaba entonces) se sentía identificado. Fue esta novela un pequeño gran best seller en su momento, y no creo que haya sido la crítica velada a la sociedad, ni la maestría con la que la Austen utiliza sutiles sarcasmos para hacer esa crítica. La historia de amor ayuda, por supuesto. Pero,¿cuál es la mayor prueba, o la mayor dificultad para ese amor?: el orgullo. Aunque no quiero entrar a hacer una crítica a uno de mis libros favoritos pues os mataría de aburrimiento.

No me quiero desviar. ¿Quién marca los límites?¿Cómo se sabe que no has sobrepasado los límites del otro?

La experiencia me dice que todos tenemos la misma tendencia: exceso de orgullo y carencia de dignidad. Es más, llegaría incluso a hacer una distinción de sexos aún a riesgo de que se me tache de machista, de feminista o de ambos. Los hombres tienen más tendencia a tener un exceso de orgullo, mientras que las mujeres preferimos la carencia de dignidad. Evidentemente no todos los casos son así, y esta es una generalidad muy grande, y lo cierto es que las mujeres cada día tenemos más tendencia a copiar los malos hábitos de los hombres en vez de perder los nuestros propios (¿eso significa que nos encontraremos en algún momento con mujeres sin dignidad y sobradas de orgullo? Es posible; las mujeres somos así de paradójicas).

Yo misma tengo tendencia a ser muy orgullosa, aunque creo que nunca he dejado que el orgullo me cegase a la hora de reconocer que no tengo razón. Eso, en mi opinión, no es ser orgulloso, es ser estúpido. Y a pesar de esa tendencia mía he tenido momentos en los que he perdido la dignidad. Lo peor de esos instantes es que, posteriormente, te has sentido orgullosa de haberla perdido porque creemos que es una cualidad mucho mejor que el orgullo masculino. Creemos, a veces, que perdiendo nuestra dignidad un minuto les vamos a mostrar lo muy equivocados que están ellos con su orgullo aguerrido. ¿Es eso cierto?¿Qué pasa cuando, a pesar de que perdemos nuestra dignidad, ellos no reconocen su error?¿Habremos perdido dignidad para nada?Y una vez que pasa eso, ¿cómo la recuperas?¿Se recupera?

Yo creo que no hay ser más estúpido que una mujer que se dice enamorada, y con ello me refiero a esas mujeres que justifican sus errores por haberlos hecho en el nombre del amor. ¿Es eso una justificación real?El amor no es una bandera; es algo intrínseco, y probablemente uno de los sentimientos más egoístas y ególatras que existen. Y eso no impide que sea algo maravilloso con el que no creo que podamos justificar estupideces que, como humanos, somos capaces de cometer.

Es difícil encontrar el término medio a cualquier cosa, ¿verdad?

domingo, 12 de agosto de 2007

El amor a los 15 años

Tengo una alumna que tiene 15 años (¡"pa´ 16", como recalca ella una y otra vez!). La conozco desde que tiene 10 y le doy clase desde que tiene 12. Tiene un carácter difícil, aunque probablemente bastante menos de lo que su padre se empeña en decir. La he visto evolucionar a través de estos tres años; y a estas edades los cambios de un año para otro suelen ser bastante marcados. Me ha costado mucho darle clase. Me ha costado mucho que hiciese lo que le pido que haga, o que me trate con el respeto con el que no es capaz de tratar a su padre. Pero la ha hecho; y con los años me he convertido en esa suerte de confidente, de hermana mayor que necesita cualquier chica de esa edad que no tiene una presencia materna.

Los años anteriores sus peticiones de consejo se cernían a la relación que tenía con sus amigas. Que si "yo era su mejor amiga y ahora ya no lo soy", "me han dejado de lado porque me castigó mi padre sin salir", o "nos gusta el mismo niño". Muy típico todo. Este año ha pasado a una siguiente etapa, pero también de lo más típica.

La semana pasada me pidió consejo sobre un chico. "¡Estoy enamoradísima! Pero no sé si él me quiere como su amiga o como algo distinto". Yo, estúpida de mí, no estaba lo suficientemente atenta al trance por el que la niña estaba pasando. Yo, doblemente estúpida de mí, haciendo buen uso de mi semi recién adquirida madurez, me olvidé de lo que es tener 15 años, y le quité hierro al asunto, diciendo lindeces como: "Ay, no volvería a tener tu edad nunca", o "menos mal que te harás mayor algún día". ¡Por Dios!

Si bien es cierto que luego me aflojé un poquito y recordé que probablemente no le vendría mal un buen consejo. "Hazlo rabiar. Dale celos, sin que él note que lo haces con esa intención. Háblale, desde la amistad, de otros chicos. Díle que te gusta un chico y que no sabes que hacer". Claro que de lo que no me di cuenta fue de que eso iba a generar más dudas: "¿Y si le da igual? ¿Y si me dice que él me ayuda a conseguir a ese otro chico?".

¡Ay! ¡Bendita adolescencia! Pero, en realidad, ¿difiere tanto de las etapas siguientes?

En mi etapa más adolescente era demasiado tímida. Me ponía colorada por cualquier cosa, si me miraban, si me hablaban, etc. Mi mejor arma era la amistad. Tenía buenos temas de conversación y siempre supe divertirme. Pero fue una época en la que fui, quizá demasiado tiempo, "la amiga de ...", "la rubita", o cosas por el estilo. No me gustó; para que voy a negarlo. Hasta que desperté... aunque muy poco a poco.

La que le siguió fue muy divertida, aunque con un gran toque de dramatismo, que es como se tienen que vivir las cosas a esas edades. Conocía a chicos, pero no terminaba de cuajar. Sufría lo indecible intentando entender qué era lo que tenía de malo o lo que hacía mal como para no tener novio. Vi a todas mis amigas tener uno o más novios; y ha habido momentos en lo que he sido la única sin pareja. Tardas en aprender a disfrutar de una situación así, y mucho más cuando sólo tienes 20 años, y no entiendes ni papa de lo que te rodea. Hasta que, de alguna manera, lo asumí, y comencé a disfrutar de mi situación de soltera empedernida (cosa de la que dejado constancia en estas páginas).

Rocé el cinismo absoluto con frases como: "Yo tengo buen gusto para todo menos para los hombres."

Hoy que sí tengo pareja, que estoy tranquila, sin dudas gigantes ni graves inseguridades, puedo afirmar lo equivocada que estaba. Sí tengo buen gusto para los hombres. Todos los hombres que han durado en mi vida algo más de una semana son grandes hombres (o eran futuros grandes hombres) sin excepción. Guapos, inteligentes, independientes, talentosos, cariñosos, buenos amigos. Esto no quita que yo haya tenido queja de ellos, ni ellos de mí. Hay cosas que duelen, pero es a lo que nos exponemos al tratar con otros seres humanos. "El acople es complicado", dice mi padre; y yo no puedo estar más de acuerdo. Que no haya salido bien con algunos de esos hombres estupendos con los que me he cruzado no significa más que no eramos adecuados el uno para el otro. Y es que que algo sea bueno no significa que sea bueno para nosotros.

Ha tenido que llegar un hombre aparentemente disitinto a mi vida para que yo me diese cuenta de todo esto. Pero es que sólo es aparentemente distinto, porque en lo demás es guapo, inteligente, independiente, cariñoso y buen amigo, y además, en estos momentos ( y espero que por mucho tiempo) es el adecuado.

Y por cierto, esta semana mi alumna volvió a hablarme de su vida sentimental: "Ya no me gusta ese chico. Ahora me gusta otro."
Lo dicho: ¡Bendita adolescencia y benditos 15 años!

martes, 19 de junio de 2007

¡Querid@s he vuelto!

Y vengo con fuerzas renovadas y nuevos puntos de vista. Prometo que, aunque haya un hombre en mi vida, no voy a cambiar esos puntos de vista ácidos (a veces amargos...y otras veces dulces, claro) que han caracterizado este espacio. No quiero que, como esos especímenes que ya he citado alguna vez, mi opinión gire en torno a mi nuevo estatus amoroso...Digámoslo así: ahora soy una infiltrada.



He aprendido una cosa en estos meses fuera: el macho ibérico es una raza aparte.

Enfrente de mi casa en Dublín estaban construyendo una pequeña urbanización. Fue alucinante la rapidez con la que, en tan sólo 10 meses, terminaron la construcción de las primeras casas. No me explicaba yo la grandiosa hazaña hasta que salí la primera mañana en pijama a la puerta principal de mi casa...Nada. Nada de nada. El más absoluto silencio. Algo era raro y distinto, aunque en un primer momento no fui capaz de identificarlo.
La siguiente mañana salí en bata de seda negra a dejar un pañal en el cubo de la basura. Y nada otra vez... Y entonces me di cuenta: ninguno de la cuadrilla de obreros me decía nada desde el otro lado de la calle. ¡Oh Dios! ¿Dónde estaban esos piropos que te ruborizan, y no siempre porque sean bonitos? Mi primera impulso fue pensar que yo había perdido facultades... pero poner un pie en España fue clarificador. El día que fui a la oficina del Inem el jardinero del Ayuntamiento paró la desbrozadora para llamarme "guapa". Me han llamado "cuerpo", y un comercial ha intentado ligar conmigo en la puerta de mi casa a pesar de que no le abrí la puerta en pijama sino en chándal y con zapatilla de peluche rosa.
¡Qué alegría volver a casa! España, ese país dónde todo se para porque pasa una mujer con una falda; dónde siempre hay tiempo para decirle alguna obscenidad a una hembra. Tardarán 3 años en acabar una casa, pero las españolas estamos bien atendidas, bien piropeadas.
¡Jesús! ¿Es que a los europeos no les corre la sangre por el cuerpo?
El macho ibérico también tiene carencias, que conste.
Estando en una estación de tren en Irlanda con dos amigas, una polaca y otra austríaca, teníamos a 2 españoles al lado. Evidentemente, ellos no sabían que yo era española. Ni tengo pinta ni tengo acento español. Uno de ellos le pidió un cigarrillo a mis amigas. Ninguna de ellas fuma. Ninguna de ellas tiene mucho saber estar. Empezaron a reir con nervio y le dijeron que no. Nos subimos al tren, y ellos se quedaron en la estación. Momento que, los muy cobardes, aprovecharon para insultar en español. ¿Cuál es el insulto favorito de un macho ibérico para una hembra? FEA. Sí, sí, fea, nos llaman fea. Por supuesto, les respondí en español, como buena hembra ibérica, que no soy más fea que su madre. Tardaron en darse cuenta de que yo era compatriota...¡Pobres! ¡No esperaba menos de ellos!
A pesar de todo, yo encantada de volver y de encontrarme con esos personajes tan entrañables como Jesús Quesada. Al final, ¿cuál de nosotras se puede resistir al " Quién fuese paso de peatón pa´ verte el mejillón" o al "esa cacha pa´mi hacha".
Mujeres españolas sentíos afortunadas cada vez que escuchais una de esas frases que hacen que se os revuelva todo. Pensad que podríais no oirlas...

domingo, 13 de mayo de 2007

Esto es un breve mensaje para recordaros que sigo aqui; que no me he ido...de hecho en tres semanas me vuelvo a casa.
Podria escribir muchas cosas hoy, pero estos teclados sajones me sacan bastante de quicio; y por culpa de mi deformacion profesional, me cuesta mucho escribir con faltas de ortografia, y con este teclado no me queda mas remedio, ya que no tengo ni acentos ni enhes (!!!!!!!!).
En fin... No desespereis. Se que me echais de menos ( y yo a vosotros...) pero dentro de nada me encontrare con mis dudas existenciales y relacionales buceando de nuevo en la red.
Gracias por seguir ahi!!!!Os quiero!!!!
(Es genial...parece que tengo un monton de fans!)Jajajaja

sábado, 31 de marzo de 2007

Adiós Irlanda!

No hace mucho que he vuelto de la Isla Esmeralda...otra vez. Lo mio con la isla es como una enfermedad. La verdad es que ahora mismo estoy empezando a recrear esa relación de amor-odio que surgen entre los grandes amantes, entre las grandes pasiones. Es esa delgada línea entre el amor y el odio.
Irlanda ha sido "mi amante" durante casi 10 años. Allí he encontrado las respuestas a muchas preguntas. Mi viaje iniciático comenzó y terminó allí. Aprendí a estar sola. Aprendí a conocerme a mí misma. Aprendí a asumir mis miedos...
Irlanda ha sido mi refugio durante todo este tiempo. Ha sido mi bocanada de aire fresco; el respiro de mi realidad asfixiante.
En Irlanda descubrí probablemente lo más parecido a tener una vocación. Empecé a leer de una manera distinta.Y así, de repente, me di cuenta de que leía a ciertos autores con algo de envidia. Comencé a escribir. Allí no escribí las mejores cosas, pero fueron unos comienzos muy apasionados y fructíferos. Aprendí a leer y releer mis trabajos, y a tener el criterio suficiente como para ser capaz de tirar aquello que no era suficientemente bueno (si bien con los años me he vuelto más dura conmigo misma...). Y fue el descubrimiento que más feliz me ha hecho en mi vida...probablemente.
También fue en la Isla dónde aprendí lo que era el amor de verdad, o al menos me enamoré por primera vez. Fue el amor más intenso que he sentido nunca, y por ello el desamor que vino con él fue, también, una de las lecciones más duras que he tenido que aprender.
Pero, aunque aún faltan un par de meses para que abandone la Isla, ha llegado el momento de despedirme. Tengo que decir adiós a muchos sueños ligados a ella. No lo digo con desesperanza; es como esa relación que sabes que no funciona a pesar de que haya mucho amor. Siempre te quedará esa pequeña sensación de que no lo has intentado lo suficiente, o que al menos lo podrías haber intentado un poco más. Pero en el fondo, sabes que es el paso que tienes que dar para conseguir que tu vida avance. Nunca olvidaré todo lo que ese pequeño país, y en concreto mi adorada Dublín, me ha dado. Sin embargo, sé que ha llegado el momento de despedirme de ella y de todo lo que ella implica.
Adiós mi adorada Eire! Adiós Dublín! Adiós!



(*) Siento mucho haber tardado tanto en actualizar todo esto. Pido disculpas, así mismo, por las posibles faltas y carencias que puedan hallar en este texto. Estoy desentrenada, pero espero ponerme al nivel adecuado en las próximas semanas. He echado mucho de menos, sin embargo, escribir en este, mi pequeño espacio.

martes, 9 de enero de 2007

Invencibles e inmortales

La primera vez que tenemos consciencia de entrar en el mundo de los adultos es la primera vez que nos enfrentamos a la muerte. Es en ese momento cuando nos hacemos perfectamente conscientes de nuestra mortalidad, y de la de aquellos a los que amamos. Hasta que llega ese momento creemos que la muerte es algo muy lejano, muy ajeno a nosotros. Cuando somos niños imaginamos que nuestros padres son como Superman, que no hay nada en el mundo que ellos no puedan hacer, y que no hay barrera que no puedan superar. Son invencibles y, por supuesto, inmortales. La invincibilidad paterna se va disipando dando paso a nuestra propia invencibilidad cuando nos convertimos en adolescentes; pero, sin embargo, la supuesta inmortalidad sigue ahí.
Posiblemente a la primera muerte a la que me enfrenté fue a la mía propia. Tranquilos; no escribo desde el más allá y esto no lo puede analizar Iker Jiménez... Pero sí que es cierto que hubo una vez en mi vida, cuando todavía me creía invencible e inmortal, que pensé que mis días tenían fecha de caducidad. Primero me asusté mucho, muchísimo; y luego me sorprendí pensando que si mi dolor se iba a acabar así no me importaba. No puedo describir el alivio que sentí cuando el médico me dijo que lo que tenía era una enfermedad crónica. "¿Me voy a morir de ello?". Ante la respuesta negativa respiré tranquila, y me dejé llevar por mi enfermedad tranquila ante la perspectiva de saber que "mi momento" (¿por qué nos ponemos eufemísticos cuando hablamos de la muerte?) no había llegado.
Cuando fui consciente de que mi abuelo se estaba muriendo, y a su vez fui consciente de que él también lo sabía y lo asumía, sentí el dolor más terrible de mi vida. Sólo él, mi madre y yo aceptamos su muerte mucho antes de que llegase. Me hice mayor. Aprendí qué hay cosas por las que no vale la pena llorar, y que hay muchas por las que luchar, y vivir. Pero duele aprender. Aquel día en el tanatorio supe que algún día yo estaría en el mismo lugar que ese día ocupaba mi madre. Ella me dijo que no hay dolor en el mundo que se pueda equiparar a la pérdida de tus padres. Dice que en ese momento te sientes absolutamente solo en el mundo; que ya no hay nadie para quien vayas a ser "la niña", y que, además, eres consciente de que tú eres el siguiente.
Pero, paradójicamente, yo aquel día también comprendí que la vida hay que vivirla sin miedo; que no hay tiempo para tonterías. Ese día aprendí a ser menos neurótica, a preocuparme menos por mí misma, y a la vez a ser una persona mucho más valiente y optimista de lo que lo he sido nunca. Y es que esa es la mejor herencia que me dejó mi abuelo.
Yo quería que en su funeral hubiese sonado una canción, pero el lugar no era el más adecuado, así que al final, cuando esta semana me preguntaban en un test qué canción me gustaría que sonase en mi funeral inmediatamente me apropié de la suya: My way. Quiero que, cuando llegue el día, mi vida le haga absoluta justicia a la canción.
Vivimos y sin embargo la única certeza que tenemos es que un día moriremos. Amigos, yo no creo en Dios, así que no creo que me espere nada más; así que el tiempo que estemos por aquí bebamos, comamos, amemos, o sencillamente vivamos.