sábado, 2 de julio de 2011

Los problemas de la convivencia, a secas

Resulta que ahora mismo sólo convivo con mis dos gatos. Solterona con dos gatos. Qué típico, ¿no? Y al igual que Bridget Jones se imaginaba muerta y comida por pastores alemanes, yo me imagino inmovilizada y con mis gatos olfateándome. Y es que si alguna vez hablé de los problemas de la convivencia con los hombres, ahora me encuentro con los problemas de la no-convivencia.
Todo empieza un día en el que te encuentras sin fuerzas para abrir una botella, o un tarro, y recuerdas lo fácil que era delegar esa tarea en otra persona poniendo ojos melosos y apelando a tu condición de damisela en apuros. Sigue el día en que te encuentras con que no eres capaz de montar los muebles tú sola, porque te faltan herramientas y, en el caso de tenerlas, tampoco sabrías como utilizarlas sin cortarte o taladrarte alguna parte de tu cuerpo. Otro día tienes gripe y no quieres moverte de la cama, pero sabes que lo tienes que hacer igual por no morir de innanición o deshidratación. Y de repente te encuentras pensando en quién se va a enterar si te pasa algo en casa, en esa casa que cierras a cal y canto porque vives sola.
Y sí, me gusta vivir sola. Hay pequeñas satisfacciones de vivir sola. No hay nadie a quién echarle la culpa si algo sale mal. Toda la culpa es siempre tuya. Y te encuentras la casa igual de limpia/sucia cuando vuelves. Nadie te quita el mando y te puedes dar esos atracones de series y películas ñoñas sin que nadie te diga que eres un coñazo. Y si tienes la basura en la puerta durante 2 días es ´porque no has querido ponerte unos zapatos para bajarla a la calle.
Sé lo que dirá mucha gente; que debería sentirme orgullosa de aprender a hacerlo por mí misma, que pelearme con una botella durante 15 minutos, y arriesgar mi dentadura primero y un dedo después por intentar abrirla con un cuchillo, debería hacerme sentir satisfecha. Pero no lo hace.
Me gusta compartir, para bien o para mal, que me saquen de quicio, y tener que poner ojos melosos para conseguir que me traigan un té a la cama. Me gusta saber que puedo pedir ayuda y que va a haber alguien ahí si me caigo. Me gusta estar sola, sí, pero por propia decisión y no por obligación.