miércoles, 29 de septiembre de 2010

Lúcida

Hay un momento poco antes de que alguien que ha pasado por una agonía muera en el que vive un momento de lucidez. Es como si la muerte intentase engañarnos, y nos hiciese creer que lo inevitable no va a ocurrir. Como espectador quieres creer lo que ven tus ojos y lo que oyen tus oidos, y prefieres ignorar la verdad; lo que, por una vez al unísono, tu cabeza y tu corazón te dicen. Y así, de una manera engañosa, la única certeza absoluta que conocemos se muestra.

Con Carlitos viví ese proceso. Dejó de ser la persona lúcida que siempre conocí y durante unas semanas se sumergió en una nebulosa de sufrimiento y morfina. Todos lo sabíamos: lo inevitable estaba llegando. Y un día, sin saber ni cómo ni por qué, llegué a verlo y era el de siempre; si acaso con una expresión ligeramente cambiada por el dolor. Pero era él. Agudo, vivaz, cariñoso, lúcido, aunque sin ser vital. Y por un instante, aunque llevaba meses concienciada de que el momento había llegado, quise creer que me había engañado. A los tres días todo se había acabado...

La muerte es como la vida misma, y de ella también se aprende. Es un proceso más. Algo más de lo que aprender. Y pensando en la vida y en las relaciones humanas, recordé este momento y vi muchas similitudes con otras situaciones vitales.

La tendencia generalizada en todo tipo de relaciones humanas es que no tienen fin. Todo en los convencionalismos de las relaciones humanas nos hace creer (o queremos creer) que son para siempre. Y lo cierto es que es tan estúpido como negar la muerte en sí.

No quiero parecer más cínica de lo habitual (si bien es cierto que mi cinismo estuvo aparcado una temporada, ha vuelto...pero no con más fuerza). Si lo pensamos "científicamente", las relaciones están tan vivas como los seres vivos que las mantienen. Y así, si los seres vivos no estamos exentos de final, ¿por qué lo van a estar las relaciones?

No me estoy ciñendo sólo a relaciones de pareja, sino que extiendo el término a su sentido más general. Las amistades también se acaban, por ejemplo. Las personas cambian constantemente y sin pre-aviso. No le decimos a nadie: "Te aviso que a partir de ahora voy a ser así, y asá"; sino que simplemente sucede. Y puede ser que estemos de acuerdo con ese cambio en la otra persona, o puede ser que no. Si éste es el caso, normalmente solemos distanciarnos y ya está. En el caso de las relaciones de pareja casi siempre hay más dramatismo, o una puesta en escena más efectista. Pero a la larga el resultado suele ser el mismo: pasan los años y te vueves a encontrar a esa persona y puede que retomes el contacto, puede que renoveis la amistad o puede que cada uno siga por su lado sin más.

Y así, hay relaciones que a veces agonizan. No es un final repentino. Ni hay una fecha conocida. Intuimos que va a ocurrir pero no sabemos cuando...Y cuando está muy cercano, de repente, un día, parece que nada hubiese pasado. Nuestros cinco sentidos notan que todo es distinto. Todo se ve bien, se oye bien, se huele bien, se toca bien....Pero al igual que con la muerte hay algo que nos dice que no. La diferencia es que en este caso, al menos mi propia experiencia así me lo indica, la cabeza y el corazón no están de acuerdo. La cabeza nos dice que no es real, y el corazón quiere creer que sí lo es.

Puede que sea como la dicotomía entre ser ateo o ser creyente. Yo soy atea convencida, pero a veces pienso que mi vida sería mucho más sencilla si dejase a mi corazón actuar sin consultar a mi cabeza primero.