miércoles, 29 de noviembre de 2006

Se busca hombre de los de antes

Parece un tópico de los de toda la vida, de esos como que "con Franco se vivía mejor", pero es cierto que ya no quedan hombres como los de antes.
El otro día una amiga y yo hablábamos de los actores en blanco y negro. Yo le decía que me encanta Cary Grant, especialmente mientras fue en blanco y negro, porque cuando llegó el color ese moreno radiactivo dejó de tener tanto atractivo. Me gusta Cary Grant en "Arsénico por compasión", en "Tú y yo" o en "Historias de Filadelfia", sin duda una de mis favoritas, o en "La fiera de mi niña".
A mi madre siempre le gustó Gary Cooper. Dice la leyenda que era tan alto que casi todos los planos de "Solo ante el peligro" tuvieron que ser contrapicados para que cupiese en el plano. De él me quedo con "Bola de fuego", probablemente porque hace de lingüista. Lo único que no puedo entender es que alguna vez tuviese un "affair" con Sara Montiel. No niego la belleza de la buena mujer en sus tiempos, pero no hablaba papa de inglés; aunque sospecho que no debieron de hablar mucho... Pero mientras mi madre hablaba de Gary, yo prefería a Monty Cliff. Ese aspecto tan lánguido, esos ojos tan azules, ese perfil adónico,... claro que yo, en ese momento no era consciente de su homosexualidad, aunque no por ello haya perdido atractivo.
Eso sí, mi madre y yo, en nuestras innumerables conversaciones listando a los hombres más guapos del celuloide, hemos estado siempre de acuerdo en dos: Paul Newman y Robert Redford. ¿Qué mujer no ha entendido la difícil posición de Catherine Ross, la guapa chica "Dos hombres y un destino"?¿Con cuál te quedarías? Con los dos, por supuesto. Por separado también han estado fabulosos. Personalmente descubrí el sex appeal de Paul con dos películas: "La gata sobre el tejado de zinc" y "La leyenda del indomable". A Robert fue en esa encantadora comedia, "Descalzos por el parque", y este año vi, por primera vez, "Tal como éramos". ¡Por Dios! Debería estar prohibido ser tan guapos.
Pero no se trata de eso. No es la belleza la que los hace "hombres de los de antes". Es ese porte, esa manera de llevar un traje como quien se pone un pijama, y de usar la corbata en una fiesta para algo más que acabar con ella en la cabeza (¿de verdad hay alguien que lo encuentre divertido? ¿Hay alguna mujer que, para más inri, lo encuentre atractivo?). Tenían esa forma de mirar a las mujeres tan descarada y a la vez sutil: de perfil, mirando de soslayo, con una ceja levantada, y la sonrisa de medio lado. ¿Por qué sino hemos encontrado alguna vez atractivo a Humphrey Bogart o a Clark Gable? Por esa forma en la que miraban a Lauren Bacall o a Vivien Leigh. Los hombres de antes te abrían la puerta de todos los sitios como un mero gesto de galantería, no para verte el trasero.
Y hablo desde el conocimiento. No he conocido a Paul Newman, por desgracia, ni a Cary o a Gary, pero conocí a Carlitos Deus. Carlitos decía que un hombre que habla en público de las mujeres con las que ha estado no es hombre ni es nada. Carlitos iba siempre de traje, impoluto, y los tenía de sport, y para las ocasiones más especiales. Carlitos Deus tenía unos modales exquisitos en la mesa, tanto que, a veces tenías la sensación de estarte preparando para ir a cenar a la Zarzuela. Tenía el pelo blanco más bonito que he visto nunca; más que blanco era plateado, y siempre lo llevaba cortado a la perfección, y siempre con la raya al lado. Siempre llevaba un peine en la cartera, y en la guantera del coche tenía un frasco de colonia de lavanda, "para refrescarme", me decía. Era guapísimo. Decían que se parecía a Errol Flynn, y a él, que era muy coqueto, le encantaba. Las mujeres lo adoraban, y él lo sabía, pero las trataba como señoras, y siempre tenía una palabra bonita para todas ellas. Tenía sentido del humor y del saber estar. Me decía: "Allá donde fueres, haz lo que vieres", "es así como se viaja". Le llamábamos John Wayne, porque su coche era su caballo, del que no se apeaba si podía evitarlo. Sabía bailar, mejor o peor (hay muchas historias al respecto), y tenía un millón de historias para contar. Su vida, mis sentimientos y mis recuerdos de él darían para mucho más que esto. Y aunque no le hago justicia en tan pocas líneas, y a pesar de sus muchos defectos, que los tenía, Carlitos era un hombre de los de antes, de los que ahora es muy difícil encontrar.

viernes, 24 de noviembre de 2006

Como en casa de mamá...

Resulta que, temporalmente, después de casi 4 años semi-independizada, vuelvo a vivir con mamá y papá.
La verdad es que hemos pasado por diferentes etapas:
Primero, vino la de reencuentro. Todos estábamos muy contentos de volver a vernos, ya que hacía seis meses que no nos veíamos. La vida estaba repleta de noticias y novedades que no tardaron en agotarse. Sólo mamá y yo intuíamos qué era lo que venía después; y la verdad es que no tardó tanto en llegar.
La segunda etapa consitió en mi huida. De repente, me empezó a faltar el aire. No me llegaba el espacio, ni tenía mucho tiempo para mí misma. Así que me dediqué a expandir mis horizontes por los bares de la zona, que son unos cuantos. No me entendais mal; no me volví alcohólica, sólo que tuve un verano coruñés. Para el que no está familiarizado con la experiencia os contaré que se trata de pasar las menos horas posibles bajo techo, y que, a ser posible, las pocas horas que estás a cubierto sea de fiesta en fiesta, o de bar en bar. La veda se abre el día de San Juan con las hogueras en la playa y dura hasta que aguante el buen tiempo, tu higado pida papas o te entre el juicio y recuerdes que no eres un vampiro, sino que existe vida antes de las 10 de la noche. Y no, mis padres no me empujaron al alcoholismo eventual; es más, se dignaron a recordarme que a lo mejor debería parar antes de que el higado empezase a hacerse puré. Incluso mi hermano pequeño tuvo algún tierno comentario del tipo "no crees que está un poco mayorcita como para acostarte a las 9 de la mañana como si fueses una adolescente". Creo que esos comentarios hicieron más mella en mí de la que creía...
Y finalmente llegamos a la etapa en la que me encuentro ahora: la aceptación. No puedo negar el hecho de que vivo aquí. Así que me he acomodado sospechosamente...
Mi pregunta es ¿qué nos pasa cuando volvemos a vivir en casa de mamá?¿O cuando simplemente vamos a hacerles una visita?¿Por qué de repente nos volvemos unos inútiles otra vez?
Durante 4 años he llevado mi casa. Me he hecho la comida, y todas las noches recogía el salón para no verlo desordenado por la mañana. He puesto lavadoras, y fregado el baño dos veces por semana. He ido a hacer la compra, hecho pedidos, ido a la tintorería cuando lo he necesitado. Y ahora de repente, es como si no supiese hacer nada de todo aquello que he hecho con tanto esmero todos estos años. He cuidado de más de cinco niños no mayores de 9 años a la vez que preparaba la cena para siete, o mientras limpiaba una cocina del tamaño de medio piso de mis padres. ¡Y el otro día me sorprendí a mí misma pelando mandarinas encima de un cojín en vez de en un plato! (Mamá no te enfades...).
Retrocedemos a la infancia, o a la adolescencia como mínimo. Nos hacemos vulnerables y comodones. Olvidamos todo lo que hemos aprendido por nosostros mismos; nuestro logros cotidianos, como son aprender a hacer una bechamel. Nos abandonamos en brazos de nuestro padres. Y la verdad es que es algo muy contradictorio, porque mientras ellos se quejan de nuestro asentamiento en la comodidad de la casa paterna, por otro lado nos dicen que no sabemos hacer las cosas, que todavía nos queda mucho por aprender para llegar a ser una persona que pueda valerse por sí misma.
Dependemos tanto nosotros de ellos como ellos de nosotros; y tanto a padres como a hijos nos cuesta aceptar ese hecho.
Por supuesto que una cosa está bien clara: ellos tienen los dos puntos de vista; saben lo que es ser hijo, y también lo que es ser padre. Nosotros, de momento, sólo tenemos el punto de vista de la progenie; pero eso no quita que ellos también puedan aprender de nosotros, ¿no?

miércoles, 22 de noviembre de 2006

Página en blanco

Esto funciona así: te levantas una mañana legañosa y sin saber muy bien qué haces en el mundo. Te sientas delante del ordenador sin haber asimilado que ya tienes los ojos abiertos (eso dando por hecho que te hayas lavado la cara y te hayas quitado las legañas). Mientras se pone en funcionamiento e introduces todos los nombres de usuario y las contraseñas, enguyes el desayuno, para que, cuando ya esté arrancando el programa que te interesa, estés casi despierta gracias a que ya has empezado a ingerir tu dosis de teina. Normalmente arrancas varios programas a la vez, entre ellos el messenger, así que cuando te das cuenta ya tienes un par de ventanitas con un par de conversaciones de lo más variopintas (pero qué sería yo sin la peke in the morning...). A la vez que mantienes conversaciones comienzas a escribir, e intercalas párrafos de profunda autorreflexión con líneas con frases muy gestuales del tipo "jajajaaja" o "juas" o "Ah" o "ein". Por fin, cuando acabas de escribir, con el tiempo justo para salir pitando a meterte en la ducha, no repasas lo que has escrito, y piensas "Buf, a saber lo que puse. Voy a tener que repasarlo esta noche". Cuando llegas a casa te encuentras con que tu correo está lleno de comentarios positivos sobre lo que escribiste, así que lo relees, y oh, sorpresa, está bien; está muy bien. Y te sientes satisfecha.
Otros días, te sientas con toda la calma del mundo, deseando volver a escribir algo bueno, y te encuentras con eso: la página en blanco. La miras, y la vuelves a mirar, y la muy puta no te dice nada. Haces crujir tus nudillos y preparas una dosis de teina. Y nada. Pones un disco, pero la página sigue ahí, devolviéndote la mirada. ¡La muy puta, otra vez! Y te vas a la cama pensando que a lo mejor lo que ocurrió el día anterior fue un golpe de suerte, una mano buena que no te van a volver a repartir.
Bécquer decía que era mucho mejor imaginarse al artista en un estado febril, casi poseído por las musas componiendo alguna obra de genialidad extrema, pero que la cruda realidad es que es un trabajo también. Decía que "hay una parte mecánica, pequeña y material en todas las obras del hombre".
Y mientras nuestra tendencia es dejarnos llevar por la vanidad y esperar a que tengamos otro momento de genialidad, lo acertado, sin duda, es seguir escribiendo, es seguir trabajando.
También decía Bécquer que "no siempre la verdad es lo más sublime".

lunes, 20 de noviembre de 2006

Demasiado

Cuando era una niña, la mujer de mi tío, una mujer de metro y medio mal medido y con los modales de Belén Esteban ("Andreita, cómete el pollo, coño") le dijo a mi madre y a mi abuela que el problema que yo tenía es que era "demasiado educada" y que era "una repipi que decía demasiadas veces gracias y por favor". Mi madre, claro, se quedó estupefacta y si no le respondió algo fue porque mi abuela estaba delante, probablemente dirigiéndole una mirada que diría "Rosa, no, por favor" (es que mi abuela también es educada). Posiblemente esa fue la primera vez de muchas.
Otra vez, cuando tenía más o menos 16 años, me gustaba un chico de mi edad. Era guspísimo, divertido, ingenioso, inteligente y tocaba la guitarra. Por aquel entonces yo todavía era incapaz de disimular mi timidez, así que me ponía colorada y ma daba la risa floja si él se dirigía a mí. Cuando había más gente entonces yo me relajaba un poco más y podía establecer una conversación. Pero el día en que una amiga mía fue a preguntarle, en un acto de absoluta puerilidad, si yo le gustaba, él contestó que me consideraba una amiga, y que sentía demasiado respeto por mí como para comportarse conmigo como solía con todas las chicas. Así que la espinita se me quedó. Durante un tiempo no lo entendí muy bien, pero luego me sorprendí al darme cuenta de que no iba a ser la primera vez que recibiese eso por respuesta, o en su defecto intuyas que es lo que te quieren decir. Es la peor excusa del mundo.
Con 19 años tuve novio, aunque me duró bastante poco. Entre las cosas que alegaría más adelante para dejarme fue que era "demasiado independiente". Imagínate: tú que no quieres ser la típica novia agobiante y manipuladora, de las de "¿A dónde vas? ¿Con quién vas?", si no que eres de las de "¿Qué sales con tus amigos esta noche? Vale. Llámame mañana si no tienes mucha resaca", y resulta que eres "demasiado independiente". Y no fue el único hombre que me lo dijo. ¿Qué las mujeres necesitamos manual de instrucciones? Pues los hombres necesitan un máster de especialización.
Unos años más tarde "áquel que no debe ser nombrado" me lo espetó tan tranquilamente también, aunque él le dio un pequeño matiz: "Judith, eres obsesivamente independiente", me dijo el que unos mese antes tras pasar dos días en su casa me dijo que se agobiaba porque era como estar casados, a lo que yo, amorosamente, respondí: "Pero no lo estamos. Recuerda que esto es sólo temporal; que me voy dentro de unos días. Mientras tanto relájate y disfruta."Y unos meses más tarde cuando intentamos vivir juntos me dijo que era "demasiado difícil vivir conmigo". "Coño, le dijo la sartén al mango", le respondí yo al punto, para morirme de risa al ver su cara de confusión. Por mucho español que sepa un irlandés, ¿qué conociemiento tiene del refranero español?
Hace unos meses volví a Irlanda y allí me han obsequiado con otra buena tanda de demasiados. Demasiado mayor para ser aupair, demasiado inteligente como para intentar ligar conmigo, y, sin duda, mi favorita, mi inglés es demasiado bueno como para tener una conversación conmigo. ??????????
De verdad, ¿algo de esto tiene sentido? También me han acusado de ser "demasiado exigente" (esa acusación la puedo entender y secundar), de ser "demasiado guapa" como para acercarse a hablar conmigo; "demasiado segura de mí misma" o "demasiado insegura", a gusto del consumidor.
Así que me he visto discriminada por exceso de curriculum. Una se empeña en dar lo mejor de sí misma para que luego te acaben viendo como una especie en vías de extinción que, como hay que proteger, mejor meterla entre rejas. A lo mejor se les ocurre utilizar la reproducción asistida para guardar mis genes.
Ahora en serio, ¿quién tiene los baremos? Que alguien me diga, por favor (o mejor dicho, ya, porque si lo pido por favor incurro en mi falta de ser demadiaso educada), cuáles son los límites de la belleza, la inteligencia o la independencia para que empiece a tener algún tipo de contacto con la realidad mundana que me rodea, porque la verdad, estoy empezando a pensar que, definitivamente, vengo de otro planeta

martes, 14 de noviembre de 2006

Depilaciones

Ayer hablaba con una amiga y me contaba lo mal que lo estaba pasando por culpa de la depilación brasileña. "Es que pica horrores. Cualquier día de estos me dejo el modelo selva tropical". La semana pasada, otra me decía que se había gastado una buena suma de dinero en depilarse todo de ombligo para abajo. Otras dos hacían lo propio hace unos días.
Justamente ayer vi en la televisión un anuncio en el que las mujeres para reivindicar no sé qué hacían que se dejaban sin depilarse el vello de las axilas y el entrecejo; eso lo que se veía, claro, porque aparecían vestidas.
Y así nos pasamos la vida entera buscando y quitando pelos de donde no los hay ¿en un intento de vernos más guapas y más deseables a los ojos de los hombres?¿Es sólo eso o hay algo más?
Yo soy rubia así que durante mucho tiempo ni me lo plantee. Yo no tenía ese problema. Pero un día empecé a ver vello donde casi no lo había, y me convertí en una exclava de la cera más. Por suerte la depilación me dura meses, y me puedo olvidar durante mucho tiempo. Siempre he compadecido a las pobres mujeres que no tienen otro remedio, y que además lo tienen que hacer a menudo; y creo que la depilación láser debería tener un gran descuento para ellas; al fin y al cabo, se lo merecen después de todos esos años de sufrimiento.
Los hombres no son capaces de ver todo ese esfuerzo. Y no lo digo desde el punto de vista de una feminista despechada. No soy feminista; nunca lo he sido; y espero no serlo jamás. Lo hubiese sido si hubiese nacido entre el siglo XIX y el XX. Hubiese sido sufragista, y me hubiera gustado parecerme a Jane Austen. Pero hoy por hoy el feminismo no me parece necesario. No hablo tampoco desde el coorporativismo. Soy una persona (y digo persona, y no mujer) muy independiente y nunca he tenido conciencia de grupo. Creo que los gremios pertenecen a la Edad Media. Sin embargo, he de reconocer que me interesa, es más me apasiona la lucha de sexos. Hay que reconocer que las diferencias entre hombres y mujeres son notables, y que, además, son éstas las que hacen que nuestra convivencia sea unas veces maravillosa, y al segundo siguiente insoportable. Que los hombres son simples y que nosotras intentamos ver cosas donde no las hay es un hecho universal. Que los hombres tienen más capacidad de concentración y que las mujeres son capaces de hacer muchas cosas a a vez también es bien conocido. Y si bien todo esto son "normas" generales, y siempre nos encontraremos excepciones a ellas, la verdad es que mientras nosotras gastamos todo ese tiempo y dinero en depilarnos de arriba a abajo, vamos al solarium, a la peluquería, al gimnasio, o pasamos hambre con la esperanza de que nos encuentren muy atractivas, y sexys, y sofisticadas, aunque lo escondamos todo bajo un "lo hago para sentirme bien conmigo misma". ¿Acaso no sabemos, o no somos conscientes, de que sólo sientiéndonos bien con nosotras mimas vamos a conseguir todas las miradas que queremos?¿Al fin y al cabo no se trata siempre de nuestra vanidad? Aunque, en mi opinión, son los hombres los que se llevan el premio a la vanidad más elaborada. Cuando un hombre se arregla es simplemente para sentirse bien consigo mismo, que es más que suficiente para ellos. Porque ellos, mal que nos pese, o mal que nos cueste entenderlo, son simples.
Calvin Klein dice que hace falta mucho maquillaje para ser natural. Yo pienso que es muy difícil llegar a ser natural sin ser vulgar, aunque dicen que con clase se nace, no se hace.