miércoles, 13 de mayo de 2009

Si no está roto, no lo arregles

Resulta que estoy leyendo Los hombres son de Marte, las mujeres de Venus, otra vez. No es que lo tenga como libro de cabecera, pero hay semanas en pareja que son más complicadas que otras, y cuando te encuentras con una de esas resulta un alivio saber que lo que ocurre no es nada anormal, ni mucho menos grave, sino que sólo es "la semana del desencuentro".
Y se trata de un desencuentro porque, tal y como dice el libro, los hombres y las mujeres hablamos dos lenguas distintas y estamos casi condenados a no entendernos nunca.
Un mal que solemos sufrir las mujeres es el de intentar mejorarlo todo. El autor lo llama el síndorme para la mejora del hogar. Las mujeres siempre pensamos en cómo las cosas pueden ir a mejor. ¿Es eso cierto? Para ser totalmente sinceros he de decir que conozco numerosos casos de mujeres que no son así, o al menos con lo que respecta al hogar; aunque si pienso que el autor habla de "hogar" como una metáfora de una relación....entonces es bastante probable que el 80% de las féminas sean así, aunque tampoco estoy tan segura. Lo que sí sé es que yo sí que soy así. Puede que sea una cuestión genética (mi madre es así, y mi abuela materna también; de mi abuela paterna no lo puedo asegurar porque es una persona muy reservada con esas cosas), o puede que sea el "factor Charlotte". Charlotte es el tipo de mujer de la que todas nosostras, mujeres modernas que no cazamos maridos ni vivimos en Park Avenue, renegaríamos. La pobre Charlotte que sabe tanto de Listas de bodas, del Casa y Jardín, o de tartas hechas sólo de pañales, y que conoce mejor que nadie la importancia de saber lucir bien unas perlas, es menospreciada por todas nosotras. Y en realidad, todas sabemos que lo único que hacemos es rechazar esa parte de nosotras que tanto nos hace parecernos a ella, a nuestras madres o a nuestras abuelas. Si nos fijamos, Carrie o Miranda no están muy lejos de parecerse a Charlotte en cuanto a llevar una relación se refiere. Y es que, ¿acaso no somos todas un poco asi?
El síndrome para la mejora del hogar consiste en que somos incapaces de dejar las cosas tal cuál están. Todo es mejorable, y para nosotras el que todo sea mejorable no significa que estemos haciendo una crítica de ese algo. Por ejemplo, a mí me gusta mi casa a pesar de que es un cuarto sin ascensor que vale por un séptimo, de que las escaleras parezcan que se van a caer en cualquier momento, o de que pague más de luz que mis padres y mi hermano juntos. Sin embargo, siempre estoy pensando en cómo hacer que se vea mejor: un poco de pintura por aquí, unos cuadros por allá, etc. Evidentemente, podría vivir en ella igual (sí, aunque se me caigan trozos de pintura en la cabeza mientras me ducho), pero la prefiero un poco mejor si está de mi mano dejarla un poco mejor. ¿No?
Pues resulta que los hombres no son así. La máxima de un hombre es: "Si no está roto, no lo arregles". Viven su vida plácidamente, únicamente interrumpida por la mujer con síndrome para la mejora del hogar, cosa que, por otra parte, "les toca mucho los huevos".
Las mujeres asistimos atónitas a esta indolencia y de rebote somos acusadas de histéricas toca-huevos que no saben relajarse. En ese preciso momento dejamos de estar atónitas para estar furiosas. No sólo nos enfurece que nos llamen histéricas toca-huevos, sino lo ciegos que están.
Hombres que podéis leer este blog, ATENCIÓN, os voy a dar una pista que va a iluminar vuestra existencia y puede, pero sólo puede, que mejore vuestra convivencia con el género opuesto: es mejor no dejar que las cosas se rompan, porque una vez que esto pasa puede que no seáis capaces de arreglarlo. Hay cosas que cuando se rompen es imposible arreglarlas...Así que puede, y sólo puede, que sea mejor tener cuidado.
Yo adscribo la siguiente frase: "Es mejor prevenir que curar", y esta la adscribo yo, y no en nombre del género femenino.

lunes, 11 de mayo de 2009

En línea recta

Cuando estás en una relación hay días en los que puedes ver como la pasión se te escapa entre los dedos. Y es que por mucho romanticismo que le queramos poner al asunto todos tenemos una rutina, y además, los años los notamos todos.
Cuando empezamos una relación todos respiramos amor, y le robamos tiempo a lo que haga falta para poder sumergirnos un rato más en nuestra burbuja bi-personal. Arañamos unas horas del sueño para poder disfrutar del sexo hasta altas horas de la madrugada. Y es que en esos momentos cualquier momento es bueno...pero es mejor si sabemos que deberíamos estar haciendo otras cosas. Parece como si enamoramiento e irresponsabilidad viniesen de la mano. Llegamos tarde al trabajo, no nos concentramos, miramos el reloj continuamente, pero nada de eso importa porque la sonrisa que nos da la vuelta a la cabeza varias veces, y el rubor en las mejillas sumado a la maraña de pelo que llevamos en el cogote delatan que hemos disfrutado de un polvo matutino, así que nos sentamos en el trabajo pensando que todo el mundo nos mira y nos envidia.
Poco a poco vamos haciendo pequeñas concesiones a nuestro cuerpo y a nuestra mente.
Un día notamos que dormir menos de 5 horas todos los días de la semana y ser persona no son compatibles, así que empezamos a marcar límites y empezamos a decir que no. Normalmente suele darse el primer paso después de un día de trabajo agotador, que ha sido todavía peor por haber dormido 4 horas. Te reunes con tu "amorcito" y descubres que lo que antes era una mirada seductora se ha convertido en un par de ojos engullidos por las ojeras. Os miráis y os sonreis. Pero en el fondo los dos estáis pensando en lo mismo: "Esta noche no, por favor. Quiero dormir". Evidentemente, ninguno de los dos dice nada en ese momento. Os vais a casa, derechos a la cama pero no porque ardáis en deseos lujuriosos, sino porque lleváis soñando con dormir desde que os levantásteis. Normalmente os animáis a vosotros mismos pensando: "Seguro que un poco de pre-calientamento y me enciendo...". Por supuesto, no funciona.
Por fin, uno de los dos se atreve: "¿Te importa si lo dejamos para mañana?Un polvo matutino antes del curro...". "¡Me parece fantástico!", dice el otro sin poder controlar la emoción.
A la mañana siguiente, os quedáis dormidos de lo exhaustos que estábais así que ni polvo matutino ni hostias, toca salir pitando al trabajo.
Y así llega la rutina....
Por fin llega la calma...
Te sientes como cuando la montaña rusa aminora su ritmo en una recta. Es así de exacto: estás en una recta. ¡Ah!¡Qué bendición! Después de tanto frenesí...
Y aprendes a reconocer la bueno de estar en una recta. A disfrutar del paisaje y de ese nuevo ritmo vital que te deja espacio para muchas más cosas. Descubres que el romanticismo no es un maratón sexual, sino que es una sucesión de pequeños gestos cotidianos. Te relajas y te sientes más tú misma. Ya no se trata de demostrar que eres la más sexy del mundo poniéndote tacones imposibles y modelitos que te hacen sentirte un tanto ridícula sólo porque a él le gusten, sino que eres la más natural, y descubres que te encuentran sexy en chándal. Y el sexo deja de ser como el Operación de MB, ya sabes: aquí sí, aquí ERRRRR; sino que ya vamos a tiro fijo.
Y aunque a veces suspiramos por esos días del principio, sabemos que no volverán, o al menos no de esa manera.
La gente que lleva mucho tiempo en una relación asegura que son rachas, y que en el momento más inesperado te encuentras como si fueses una colegiala de nuevo.
No puedo olvidar una frase de una amiga que me contaba que un día se encontró por casualidad con su novio en el medio de calle: "Me dio un vuelco al corazón y me temblaban las piernas!". Llevaban 6 años juntos.