martes, 23 de octubre de 2012

Luto

Cuando se conocieron él no era su tipo y se lo dijo abiertamente. Pero lo que ella no sabía era que él y su orgullo iban a hacer que cambiase de opinión más rápido de lo que pensaba. Amanecía cuando se dieron el primer beso de muchos, y a ella le pareció el más natural de su vida; casi como si llevase toda la vida esperando aquel beso.
Él le dijo su primer te quiero una semana más tarde. "Precipitado", pensó ella, "pero me gusta escucharlo". El de ella tardó mucho más. Quería estar totalmente segura de que lo sentía de verdad. Y así fue. Cuando llegó por primera vez no fue capaz de cambiarlo nunca más.
Él fue una sorpresa en su vida. Con él llegó la paz, la risa, la seguridad, el sexo y el amor. Pero sobre todo la naturalidad; la cotidianidad con una persona que no había tenido nunca. Con él se fue el miedo a ser ella misma, a ser una decepción, una niña. Con él llegó la apertura de miras, la sencillez y los planes mortales. Con él llegó la pasión continua, el olvidarse de comer y hasta casi de respirar. En él vio amor de verdad, del que te hace pensar que es inagotable, en todos y cada uno de los aspectos. No importaba cuantos hombres conociese, porque siempre se decía a sí misma que no había ninguno por el que lo cambiaría. No importaba cuánto la hubiesen halagado cuando salía sin él porque el mayor placer de todos era volver a casa y meterse en la cama con él, despertarse por la mañana en domingo y, sin moverse, contarle las anécdotas de la noche sin él. Los dos se reían. No había celos. No había desconfianza.
Pero un día algo cambió. Ella no supo muy bien cómo ni por qué. Sólo cambió. Y aunque sentía que él la quería todavía, él estaba cada vez más lejano.
Por un tiempo los dos se agarraron a lo que tenían. Y ambos intentaban evitar lo inevitable. Pero llegó. Y como en las enfermedades largas los cuidados paliativos no sirvieron de nada más que para alargar el sufrimiento y la agonía de algo que estaba muriendo.
Y murió.
El luto que viene después cada uno lo sobrelleva como puede. Hay quien no llora y tiempo más tarde se encuentra devastado por una historia trivial y ajena al motivo de su luto real. Hay quien llora antes de que muera, y el golpe parece algo menos fuerte por ser algo más predecible. Hay quien prefiere olvidar, como si eso realmente no hubiese pasado nunca. Y hay quien llora antes, durante y después, que sabe que olvidar no es posible, y que sólo le queda esperar a que el dolor de la pérdida vaya disminuyendo con el paso del tiempo.
No sé si como dice Sabina "no hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió" es cierto. No sé si no es peor añorar algo que tuviste y que sabes que no va a volver.
Lo único cierto de todo esto es que hay muchas historias como esta, pero todos pasamos el luto a nuestra manera.