viernes, 14 de abril de 2017

Lo importante no es tener salud

Cualquiera que me conozca un poco sabe que una de mis grandes inspiraciones es mi abuelo Carlitos. A pesar de que algunas de sus elecciones en la vida no son muy santas de mi devocíón (permítanme la expresión en Viernes Santo), de que no estaba libre de pecados ni de culpas, de que según sus propias palabras "nunca fue un buen marido" (y lo intentó dos veces) y de que no estaba seguro de haber sido un buen padre, poseía una característica mucho más importante: una enorme pasión por vivir.

Nunca gozó de buena salud, y perdió la cuenta de las veces que los médicos le dijeron que no le quedaba mucho tiempo. La primera vez tenía 23 años, y murió pasados los 80. Su funeral tuvo que ser tradicional porque quería descansar con su madre; así que si no hubiese sido porque fue en una iglesia de pueblo en la que ya nos miraban mal por ser una panda de hippies ateos que no seguían el ritual litúrgico, hubiese hecho sonar "My way" a todo volumen. Porque así era él, y todo lo hizo a su manera.

Lo mejor de que fuese mi abuelo eran todas las historias que tenía que contar, que siempre flotaron entre la realidad y la ficción ("Big fish" me recuerda mucho a él). Viajes por todo el mundo, gente que conoció, amores, bailes y alcohol. Siempre tenía algo distinto que contar. Lo tuvo todo; lo perdió todo, y volvió a empezar cien veces en distintas partes del mundo. Y no, nunca tuvo salud.

Nunca tendrás nada sobre lo que escribir si no eres capaz, no sólo de la introspección (una bonita forma de llamarle a mirar sólo a nuestro ombligo), sino de observar lo que hay a tu alrededor y preguntarte cosas sobre otras vidas. Por otra parte, siempre ayuda a los procesos internos para poder decidir, al menos, lo que no quieres. Y en este mismo proceso me hallo.

Si miráis bien a vuestro alrededor, o incluso en vuestro interior, podréis ver que hay mucha gente que goza de buena salud pero que están muertos por dentro. Gente que vive en un conformismo asfixiante esperando, o no, un golpe de suerte (o un golpe en la cabeza) que lo cambie todo. Gente que odia su trabajo; gente que tiene una pareja que a duras penas soporta; gente que vive ahogada en facturas y encadenada, casi de por vida, a una vida que ni fu ni fa.

Hay gente que ve el trabajo como el medio para un fin, pero su fin es pagar facturas. ¿Disfrutarán tanto de la casa a la que se han hipotecado durante 40 años? Hay gente que ahorra su dinero por si acaso, ¿y si por si acaso nunca llega?

Hay gente que espera que un día, por arte de magia, volverán a enamorarse de sus parejas. Y hay gente que no se ha enamorado nunca. Se ahorran el sufrimiento que viene con ello, es verdad, pero no conocerán todo lo demás.

Yo no gozo de buena salud, igual que mi abuelo, pero quiero creer que he heredado su inconformismo y su pasión por vivir. He viajado sola; he vivido en otro país; he bailado mucho, y si hay cosas que no puedo contar es porque había bebido demasiado como para recordarlas. He llorado de la risa millones de veces; me he equivocado un millar de veces; he vuelto a empezar de cero unas cuantas. Me he arriesgado y a veces gané y a veces perdí. Y he llorado tanto; pero he amado mucho más....

Mi madre, que siempre os digo que es muy sabia, me dice que nunca me arrepienta de algo que hago por amor. Y siempre tiene razón. No hay ni una sola historia de la que me vaya a arrepentir, sino más bien todo lo contrario. El amor por la vida, por uno mismo o por otra persona es el motor que lo mueve todo.

Así que, amigo mío, puede que tengas salud, pero eso no significa que estés vivo