martes, 16 de diciembre de 2014

Esperar

Es raro en mí, y más últimamente, pero no quiero hablar. No quiero hablar de nada. Ni de cómo me ha ido el día, ni del tiempo, ni de todo lo que pasa por mi cabeza en estos momentos. Lo siento por los que me rodean porque los hago sentir incómodos y, a pesar de que soy muy consciente de ello, no soy capaz de hacer nada al respecto. Sólo quiero sentarme en silencio y esperar.

Hace tiempo escribí que uno escribe mejor desde la tristeza; y lo cierto es que, aunque adoro esa parte de mí que me hace reírme de tantas cosas, y de mí misma lo primero, la tristeza te lleva a una clase de introspección inevitablemente necesaria de vez en cuando. 

Me he sentado y he releído muchas entradas de este blog, de hace años, de cuando tantas cosas no habían pasado, y he visto cómo algunas cosas ahora tienen sentido. De todas las que leí estoy de acuerdo con la mayoría, y en otras he descubierto cosas que he aprendido por el camino. Y así, me he dado cuenta de que a veces hay que sentarse y esperar.

Nunca he tenido problema en reconocer mi culpa; es más, peco de ello en exceso. Analizo mi culpa mil veces. La veo desde mi perspectiva y desde la ajena. Pienso qué he hecho mal y doy por hecho, erróneamente muchas veces, que la visión que tiene la gente de mí es culpa mía. Supongo que es poner en práctica lo que digo de todo buen profesor: "Si suspende más del 40% de tu clase pregúntate qué estás haciendo mal tú; no tus alumnos". Pero con el paso de los años también me he dado cuenta de que soy mi peor enemigo, mi crítico más voraz, porque nunca estoy completamente satisfecha con todo lo que hago. Nunca es suficiente, y siempre espero mucho más de mí misma. Supongo que es lo que tiene vivir a la sombra de alguien...

Por eso, cuando recibo una crítica justa no me pilla desprevenida porque yo misma la he hecho ya mucho antes. Ahora, las críticas injustas las llevo muy mal, y me retrotraigo a esa etapa adolescente en la que era una niña malencarada pero que no volvía a abrir la boca, que se encerraba en su habitación, ponía la música muy alta y se sentaba en la cama a escribir sobre lo injusta que era la vida. La diferencia es que ya no soy una adolescente.

Una de esas cosas que he aprendido por el camino es que cada vez que le gritas al mundo qué tienes razón y ellos no, un poco de esa razón se pierde en el esfuerzo. Te estás justificando, y si sientes la necesidad de justificarte es que tanta razón no tenías. Y no por ello estás dejando que te pisen ni les estás dando la razón, sólo estás esperando al momento adecuado; a ese instante en el que lees en la cara de otra persona que estaba equivocado. Cuando llega ese momento, no hago nada. No digo "te lo dije", o "ya sabía yo". En ese momento sonríes por la satisfacción de saber que, con toda la clase del mundo, tú tenías razón.

Así que, aprovechando las vacaciones y la soledad del hogar, la semana que viene me voy a sentar a esperar. Sin hablar. Porque el año que se está acabando ha sido, en general, demasiado bueno como para dejar que se acabe así. Pero cómo me gustaría tener un porche y una mecedora ahora mismo y estar perdida en ninguna parte

P.D: No temáis. Mi momento EMO-adolescente no será lo último que veáis por aquí este año

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