martes, 6 de octubre de 2015

El dolor

Como enferma crónica que soy llevo años conviviendo con el dolor, y he aprendido a conocerlo. Hay un tipo de dolor que es constante, que acabas conociendo y comprendes, y por ello lo puedes controlar. Sin embargo, hay otro tipo, el que aparece sin anunciarse; uno que es agudo y punzante, y que igual que vino se fue. Éste es el que te da miedo porque es impredecible y no lo puedes controlar. Es el que te deja sentado e inmóvil esperando a que vuelva a pasar.

Lo cierto es que, la mayoría de los humanos, no sentimos miedo hasta que no sentimos dolor. Mis padres cuentan que cuando era pequeña tenía una cierta tendencia suicida, e iba hacia los enchufes después de haberme babado los dedos a gusto y apuntando con ellos directamente a los agujeros. Mi madre me chillaba como una loca para que no lo hiciera y yo sólo la miraba sorprendida. Así que mi padre, líder de la manada y torturador nato, decidió seguir las enseñanzas de Paulov y aplicarlas a su retoño, es decir, yo. Cada vez que me acercaba a la corriente eléctrica, cogía un alfiler y me pinchaba ligeramente con él. El experimento funcionó: acción-reacción.

Fui un poco cobarde toda la vida hasta que el dolor físico me puso a prueba. Así conocí mis límites, y una vez más, fue nuestro líder de la manada el que me enseñó a hacerlo. "Si piensas las suficientes veces que no te duele, el dolor desaparece". Y así fue. Quizás no todo el mundo tiene la fortaleza mental para hacerlo y, aunque esta frase me haga parecer un pequeño jedi, yo sí puedo. Pero controlas el primer tipo de dolor; el segundo no, y eso es lo que te genera miedo, otra vez.

¿Y qué pasa con el dolor que no es físico? ¿Se puede aplicar lo mismo? ¿Puedes dejar de sentir porque te instruyes para ello? Personalmente creo que es algo muy similar.

Pongamos como ejemplo el amor. Enamorarse duele; desenamorarse más; y que se desenamoren de tí es todavía peor. Pero esto no lo sabes hasta que lo vives. Cuando tienes 15, 16 o 20 años y no te has enamorado nunca no tienes miedo. No sabes lo que conlleva. Te lo pueden contar, pero igual que cuando alguien te dice que le dolió un tatuaje. ¿Y si a ti no te duele? ¿Y si a ti te sale bien? Así que cuando finalmente pasa vas completamente ingenuo y feliz, expectante, con ganas de saber si tú serás el afortunado al que no le duela. Pero nunca,o casi nunca es así. Te enamoras y te desenamoras o se desenamoran. Y sufres, y duele, y es un dolor desconocido, agudo, que casi parece infinito. Entonces un día aprendes a controlarlo y poco a poco desaparece. Sin embargo, ya lo has experimentado, así que estás jodido. Ahora ya tienes un poco de miedo instalado en el cerebro, en el corazón o dónde sea que se aloje.

Pasa el tiempo y ocurre una vez más. Si tienes suerte y todavía conservas parte de tu ingenuidad, querrás creer que todo será distinto esta vez, y en el futuro habrá un momento en el que te maldecirás por haber creído eso, porque volverá a doler y seguro que dolerá algo más. Puede que hasta te parezca un dolor distinto y que creas que no lo vas a controlar; pero nuevamente lo harás. Puede que, a pesar de que te parezca que te queda poca ingenuidad, vuelva a pasar.

Pero, ¿sabes qué? Mi madre me dijo una vez que cualquier cosa que te haya hecho feliz aunque sólo haya sido un instante ha valido la pena. "Nunca te arrepientas de haber sido feliz en algún momento". Y, ¿sabes qué? El dolor no es malo. El dolor te hace más fuerte. El dolor te hace conocer tus límites, e incluso hacer que te des cuenta de que realmente no los tienes. El dolor te hace más humano, más real. Te pega los pies al suelo y, aunque creas que a veces lo hace de forma muy brusca, es porque en realidad lo necesitas. Los mejores artistas han creado casi siempre desde el dolor; desde vidas difíciles; desde el sufrimiento.

¿Sabes qué? Prefiero que me duela a tener miedo.

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