domingo, 8 de noviembre de 2009

Delete

Resulta que sí que es cierto que el rencor no conduce a nada, especialmente si tenemos las cosas claras. El rencor, al fin y al cabo, es un lastre más en nuestras vidas que no nos permite seguir adelante. Es una forma de seguir enganchados a algo que sabemos que no nos conduce a nada y que nos hace más daño que bien.

Es por eso que, en ocasiones, establecemos esa clase de relaciones enfermizas y egocéntricas con las que nos gusta compadecernos de nosotros mismos y regodearnos en el daño que nos han causado. Es una inseguridad más por nuestra parte.

El rencor es un arma que utilizamos para asegurarnos de que no estamos cometiendo un error. Nos aferramos a nuestro rencor por miedo a dejar ir a una parte de nosotros mismos.

En las relaciones interpersonales cuando existen esos sentimientos negativos tan fuertes significa que los hubo positivos también; por ello, nos aferramos a nuestro rencor en un intento de no dejar ir a todas esas cosas buenas que se compartieron, a esos grandes momentos, a las cosas que sí había en común, y que sí fueron buenas.

Sin embargo, llega un momento en que eso ya no es suficiente. Llega un momento en toda relación en la que sabes que la risa no es suficiente por si misma, y que tiene que ir acompañada de mucho más; llega un momento en el que el daño hecho es irreparable y que un "sana, sana culito de rana", ya no te hace sentir mejor.

Crecemos, pero duele.

Dejamos cosas atrás, pero duele.

Perdemos lo que queremos y duele.

Y llega ese momento en el que tienes que hacer limpieza y tirar lo que ya no te sirva, aunque nos haya gustado durante un largo tiempo. Se convierten en trastos sin ningún sentido en nuestra vida, aunque los miremos con cariño.

Es el momento de borrar y no volver la vista atrás, pero sin rencor; sin estar enfadada. Sabiendo que puedo ir con la cabeza alta porque al final no es culpa de nadie. Simplemente se acaba sin más.

1 comentario:

Al Reiffer dijo...

Muy bueno tu blogue!